Cataluña

Cortés y Puigdemont

La Razón
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La inauguración de los Juegos del Mediterráneo ha vuelto a evidenciar que el independentismo catalán no se ha movido un ápice en sus pretensiones. A pocos días de celebrarse el encuentro que tanta expectación ha levantado entre el presidente del Gobierno y el Sr. Torra, éste ha arremetido contra el Jefe del Estado.

Durante semanas hemos escuchado a dirigentes y miembros del Gobierno catalán reclamar dialogo, ofreciendo una versión amable del separatismo. La máxima ha sido «distender» las relaciones con el gobierno, pero a la primera oportunidad que han tenido, han roto relaciones con la máxima representación de las instituciones del Estado.

No parece que la sociedad catalana se vaya a sorprender por este retroceso de los hechos frente a los discursos. Algunas encuestas realizadas en los últimos días en Cataluña, como la que ha publicado el diario «La Vanguardia», ponen de manifiesto la desconfianza de los ciudadanos catalanes sobre la voluntad y capacidad del president de la Generalitat para encontrar una solución negociada al conflicto. Independientemente de lo inútil de la tensión que ha mantenido el Sr. Torra con la Casa Real, ya que no acudir hubiese supuesto un desprecio a los tarraconenses y un balazo en los pies a la capacidad del Gobierno catalán.

Pero anunciar que no acudirá nunca más a un acto promovido por el Rey es aún más estéril. Primero porque en una situación parecida en el futuro, la decisión de todos sería muy similar, el Sr. Torra sabe que plantar a Felipe VI le hubiese otorgado el papel de agresor en lugar de el de víctima.

Además, la inmensa mayoría de actos en los que participa la Corona, no es la organizadora, sino invitada, por tanto, cualquier desplante se hace realmente al promotor de turno del evento.

Entonces, ¿cuál es la razón por la que el Sr. Torra ha protagonizado este nuevo culebrón?

Quizá son varias las razones. Mantener la épica del relato en el independentismo es una necesidad para su propia supervivencia. Puigdemont se ha convertido en un símbolo y, a la vez, en un lastre para la causa separatista. Como Hernán Cortés, ha querido prender fuego a sus barcos e impedir deserciones.

Por otra parte, para el independentismo supone una buena ocasión para insistir en el intento permanente de desestabilizar y dividir a los defensores de la Constitución del 78.

Sin duda, después de la ruptura oficial con uno de los símbolos de la unidad del Estado, la reunión con el Sr. Sánchez se complica, porque enfría a los más optimistas al tiempo que preocupa a los pesimistas que creen que el Sr. Torra exhibirá la factura por su apoyo parlamentario en la moción de censura.

Los independentistas se han convertido en unos cortoplacistas, viven del conflicto pero olvidan una cuestión estratégica: no puede haber ni consulta de autodeterminación ni independencia.

El Sr. Puigdemont no es Hernán Cortés. Éste no quemó realmente sus naves, las desarmó en tablones, de esta manera consiguió que sus soldados no desertasen y la manera de retornar a España.

Si alguien les abrió a los separatistas alguna esperanza en algún momento que no tengan ninguna duda, no habrá nada de lo que esperan, hay gente que nunca hace lo que promete, afortunadamente en este caso.

Desde el Gobierno debería valorarse que si bien los españoles demandaban acciones políticas encaminadas a la solución de la cuestión catalana no es menos cierto que los españoles no estamos dispuestos a que un puñado de fanáticos, anacrónicos en un siglo que debería romper fronteras en lugar de crear otras nuevas, jueguen y ninguneen a las instituciones de nuestra democracia.