Pedro Narváez
Crematorio
Estoy aburrido. A pocos días de que los vivos regresemos a la tumbas de los muertos, salen los cadáveres a mostrar su certificado de defunción por si pensábamos que sólo habían fenecido un 3%. A más edad, más difuntos que recordar. Uno es por lo común joven hasta que la hoja de los caídos se emborrona de nombres queridos. A estos otros finados, sin embargo, sólo irán a ponerle flores los que aún creyéndose en este mundo reptan en el más allá.
La silueta de Pujol es un cuadro pop realizado por gusanos comestibles. Pura corrupción. Artur Mas, que necesitó de un viagra político para resucitar, es hoy carne procesada para el cementerio de la historia, el líder de una secta que aspira al suicidio colectivo para que entre los muertos parezca desapercibida su podredumbre. En este purgatorio de los días el infierno ya no son los otros sino ellos mismos, descubierto el azufre de las comisiones y de la coacción. La independencia está construida sobre los cimientos del crematorio. Es más fácil robar por una buena causa. Ha sido al tirar de la manta cuando han sentido las manos frías y avivado la llama de las antorchas de la rebelión.
Que nos intoxiquen con motivos identitarios debería estar prohibido por la Organización Mundial de la Salud. La culpa no es de la butifarra sino del pescado podrido que guardaban en las cajas fuertes. Todavía estos muertos durarán más de una temporada creyéndose protagonistas de una serie cansina pero su final está escrito en la cárcel donde el tesorero de Convergència ha colocado el «The End». Las normas de la corrección política hacen que muchos de nuestros representantes no tracen una causa-efecto entre el soberanismo y el saqueo, tal vez para que no les acusen de tapar sus propias vergüenzas, pero la relación es tan clara que asombra que hombres de carrera aún sigan poniendo en solfa la teoría de la corrupción. Cuando se supo que el «striptease» era inevitable convirtieron los harapos en capas de armiño aunque la mitad de los catalanes avisaban de que el rey iba desnudo.
Ahora es tarde para casi todo. A los muertos les siguen los vampiros de siempre que beben de su sangre para llegar hasta el final, de la pulcra inteligencia de los de ERC a los folclóricos de la CUP, los más auténticos en este baile de máscaras al que van sin careta aunque con capucha, un «dress code» tan de manual que se confunde entre el okupa fetén y el seguidor de Justin Bieber. Y a los vivos les corroe el remordimiento al preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí. Pero aquí estamos, sentados ante el abismo con los pies colgando, gestionando, como la mafia napolitana, un asunto de basuras en el vertedero de un debate político que debería ser estrictamente judicial.
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