Ángela Vallvey

Crimen y castigo

Creo en las palabras de Concepción Arenal: lo importante es repudiar el crimen y tener compasión del criminal. La redención es una gran cosa para el alma. El renacer de la moral, la curación del instinto. Rehabilitarse es la mejor aspiración para un corazón podrido al que le queden unas miajas de inteligencia o lucidez. Hacer carne y sangre humanas partiendo de las cenizas de un vil cuadrúpedo con apariencia de hombre, cambiar su inclinación a la maldad por un arrollador sentimiento de vergüenza y la intención firme de ponerle un bozal a esa perversidad que siente la mala bestia que comete un crimen, o un abuso, sobre el primer infeliz que ha tenido la mala suerte de cruzarse en su camino. Todo ello me parece admirable. Creo que debe ser la máxima aspiración de una sociedad civilizada: ésa que trata a delincuentes con cerebro y corazón de engendro con toda la sensibilidad y el cuidado que ellos jamás tuvieron con sus víctimas.

Aunque la protección legal y penitenciaria de las fieras sociópatas no debería primar sobre la atención a los inocentes damnificados. Pienso que una sociedad o una persona honorable está antes del lado de la víctima que del culpable de un crimen. En estos días, al hilo de la detención del pederasta que tenía aterrorizados a los madrileños, se habla sin parar de cadenas perpetuas revisables, castración química y la reinserción social de los depravados. La experiencia clínica advierte que muchos no son redimibles. ¿Quién se hace la ilusión, a estas alturas, de que un ser maligno, narcisista y atrasado como el que acaban de detener se rehabilite en una cárcel? Como decía Juvenal en su «Sátiras»: ¿a quién has visto que se contente con un solo crimen? Pero, mientras dure su encierro, al menos sí podrán descansar sus víctimas.