Marina Castaño
Cuestión de horario
Esta semana voy a permitirme hablar por segunda vez y de forma consecutiva de las dietas. Al fin y al cabo estamos en enero tratando de eliminar los centímetros de más que han dejado las Navidades a unos cuantos. Hace pocos días en las páginas de LA RAZÓN se hablaba de una nueva dieta que promete perder cinco kilos en una semana comiendo sólo durante ocho horas al día y ayunando las dieciséis restantes, y no me parece ningún disparate. Me explico: mucha gente que conozco anda con la milonga de comer muchas veces al día y lo único que han logrado ha sido ganar peso, salvo que esos pocos muchos consistan únicamente en una ramita de apio o similar. Otros han ido por el lado de desayunar como un rey, comer como un príncipe y cenar como un mendigo, y tampoco porque hay gente a quien un desayuno abundante le engorda.
Una primera comida ha de ser muy completa si quien la ingiere va a desarrollar un trabajo físico intenso, pero un oficinista o el columnista de un periódico –sin ir más lejos-, que pasa la mañana pegado al asiento con el ordenador delante, no quema energía suficiente como para eliminar una cantidad grande de comida a primera hora de la mañana. Es de sentido común. Este estudio que lleva a esta novedosa dieta asegura que «nuestro cuerpo es como un reloj cuyo sistema estalla si asaltamos el frigorífico en mitad de la noche», como hace una amiga mía, que tiene la santa paciencia de prepararse unas tortitas con nata a las cuatro de la mañana. El resultado, claro, se traduce en michelines. Veremos a ver. La promesa de cinco kilos en una semana, es mucha promesa, pero para quienes están en situación desesperada... no estaría mal intentarlo. No se restringe ningún alimento, sólo es cuestión de horario...
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