Francisco Nieva
Cuestión de mal gusto
Esto del «buen o mal gusto» me huele a antiguo prejuicio de la burguesía dieciochesca y rococó, especialmente la francesa. Le «bon ou mauvais gout» acusa al sujeto de vulgar, torpe o grosero. Pero es la sociedad misma la que, a veces, se manifiesta vulgar, torpe y grosera, evidenciando su mal gusto. Esto va por etapas, históricamente específicas. El ambiente político y social aboca a la vulgaridad de la ciudadanía. Una mayoría de individuos sugestionados se ponen de acuerdo en celebrar lo torpe o grosero, dando pábulo a un tsunami psicosocial en el que se ahoga lo excelente del pensamiento y de las artes. A mi parecer, durante el mandato de Franco, la sociedad española me daba fieles muestras de un general mal gusto, aplaudiendo en el teatro las obras de Pemán, gazmoñas, patrioteras, modositas y de vuelo muy corto. Algo parecido sucedió con el teatro del dramaturgo Kotzebue, nacido en Weimar en 1761. Era un hombre vulgar y de un orgullo desmedido, que le procuró numerosos enemigos; un arribista que ocupó puestos de responsabilidad en la política y el teatro. Yo lo comparo con Pemán por varias razones. Dotado de una gracia y un sentimentalismo vulgares, honrado por el régimen, produjo algo parecido a lo que fue la «comedia llorona» de Kotzebue, que triunfó en toda Europa con su pieza «Misantropía y arrepentimiento», género teatral muy apreciado por el estamento femenino exaltador de los más vulgares sentimientos sobre el amor y la amistad. Arrancó lágrimas de cocodrilo social, vulgar y conformista.
La dramaturgia de Pemán me horroriza por la orgullosa vulgaridad de sus gustos. ¿Quién se acuerda hoy de Pemán? Kotzebue pasó a la historia del teatro como el mejor representante de aquellos pedestres sentimientos, al igual que su público, tan semejante al de Pemán, la burguesía madrileña generada por el sistema. A Kotzebue lo mató en una hospedería un revolucionario estudiante, por «traidor a la patria». Y traidor a la patria de las buenas letras fue Pemán. Sin embargo, le hicieron director de la Academia. Así son las cosas en este mundo. La fama de Pemán fue grande. En Moscú, un intelectual, presuntamente comunista, se definió como gran admirador suyo, al que comparaba con Gogol. ¡Qué barbaridad, qué disparate! Si Kotzebue puso de moda «la comedia llorona», Pemán puso de moda «la comedia simplona» y de color de rosa mustia, sin apenas aliento dramático, una charadita conformista y franquista, dotado como estaba de una gracia vulgar y de charanga y pandereta, que daba en el clavo de una mayoría aburguesada y contenta de sí. En Madrid llegó a tener tres obras en cartel al mismo tiempo. Fue como una peste que difundía lo trillado y vulgar como el más clásico valor. Algo semejante está pasando en este momento, un retraso cultural debido al clima moral y político. Nada más pegadizo que el mal gusto y la vulgaridad.
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