Alfonso Ussía

De apariencias

Tengo tan poca personalidad que me dejo influir por las apariencias. En ocasiones engañan, pero casi siempre coinciden con la estética de la primera impresión. La apariencia exterior no la conforma exclusivamente la elegancia ni la belleza personal. Se sostiene también con los movimientos naturales, las expresiones, la sonrisa y la seriedad. No estoy en absoluto de acuerdo con la afirmación de la madre del marqués de Sotoancho cuando decía que llorar es de folclóricas, de artistas del cine y de fAalsos. He visto llorar con inmensa elegancia y tristeza tan honda como medida a muchas personas. Eso sí, hay que deplorar el jipido. El jipido causa la misma impresión que a las mujeres de la década de los setenta un «braslip Ocean». Mi gran amiga Bego Legorburu, una de las mujeres más atractivas de la cornisa Cantábrica, se enamoró locamente de un flexible atleta donostiarra. Un amor absoluto, enloquecido. En aquellos tiempos se iba más despacio que ahora para alcanzar la culminación de las relaciones sentimentales. De hacer manitas al beso prolongado se precisaban tres días de entrenamiento. Y del beso al prodigio de la desnudez y el posterior fornicio, diez días como poco. Nos hallábamos los no comprometidos en una galería del Real Club de Tenis de San Sebastián, cuando apareció taciturna la maravillosa Bego. Una tragedia de imposible reparación. Bego cumplía estrictamente con la dignidad de su apariencia personal y le temblaba el mentón mientras me lo contaba, pero sin soltar el Bidasoa de las lágrimas. -Horrible, Alfonso. Hemos ido a su casa. Me ha dicho que «tenía ganas de ir al váter» y cuando ha aparecido en el cuarto lo ha hecho con un «braslip Ocean» de color carmesí. El amor soporta todas las adversidades, pero hay detalles que no se pueden tolerar. Una mujer de valores y principios.

He leído muchos textos y artículos dedicados a Pedro Sánchez, el nuevo Secretario General del PSOE. Casi todos centran su atención en sus palabras anteriores y posteriores a su cómoda victoria. Pocos se han fijado en lo fundamental. El aspecto. Lo tiene bueno y agradable. Lleva los pantalones en su sitio. Madina es partidario del talle bajo, y cuando se sienta muestra su calzoncillamen cuando no el inicio de la rajilla nalgar. Así es complicado ser el elegido. Y a pesar de contar con la ayuda del poder declinado, pero aún vigente, del socialismo de Rubalcaba, Pedro Sánchez se lo ha merendado. Claro, que Sánchez ha sido respaldado por Susana Díaz, la que manda de verdad, también agradable en su apariencia y con todas las papeletas en su mano para gobernar en solitario Andalucía después de las próximas elecciones. Porque lo más feo, lo menos estético y lo más infectado que tiene Susana Díaz es su pacto de gobierno con los comunistas de Valderas, Gordillo y Cañamero.

Lo que un político dice antes y después de unas elecciones carece de valor y de interés. Otra cosa son los hechos y las decisiones desde el poder. Ni los unos ni las otras se han producido porque no ha tenido tiempo. De ahí que lo más interesante y relevante de su personalidad política sea, hasta el momento, su apariencia. No me refiero sólo a la apariencia física. Las mujeres opinan que es muy guapo. Cánovas era muy feo, y tenía un gran empaque. El socialista español más elegante en sus más de cien años de historia ha sido, sin lugar a dudas, don Julián Besteiro. Lo prueba la costumbre del lenguaje. Desde que falleció ignominiosamente en una prisión del primer tramo del franquismo hasta hoy, han transcurrido más de setenta años, y nadie le ha apeado del tratamiento. Don Julián. Era Presidente del Congreso. Sesión en el mes de julio. Calor africano. No existía el aire acondicionado. Un diputado le formuló la súplica. En aquellos tiempos, los diputados acudían al Congreso con traje y corbata, no con aspecto de recién llegados de una caminata ecologeta por una senda serrana. -Señor Presidente, ¿nos autoriza a quitarnos las chaquetas? Besteiro accedió. - Lo autorizo siempre que cada uno se quite la suya-.

Porque el sentido del humor y de la oportunidad también es un componente de la buena apariencia. Y Pedro Sánchez, como Susana Díaz, sonríen y ríen bien, con naturalidad. No hay sesgo ni rencor en su sonrisa, como en otros. Analizar a Pedro Sánchez como político es una majadería. Hacerlo de su apariencia, la única posibilidad de no hacer el ridículo analítico. Su política estará marcada por los acontecimientos que surjan a partir de ahora. Y de su forma de interpretarlos le llegarán los elogios y los palos. Por ahora, lo único importante es que parece ser una persona aparentemente formal, aparentemente natural y discreta, y aparentemente bien educada, que no es poco.