José Antonio Álvarez Gundín
De la Ceja a la queja
Ha vuelto la Ceja, albricias. Ahora se hace llamar Foro por la Cultura, pero no falta nadie, ni Pilar Bardem ni la Grandes, ni Sabina ni Almodóvar, ni Ana Belén ni Alberto San Juan ni Zerolo. Incluso se ha colado algún polizón de pasado franquista, pero eso es inevitable en toda vanguardia intelectual; también a Lenin se le coló un seminarista que luego llegó a firmar como Stalin. Después de diez años de vacaciones, en los que no fueron necesarios sus servicios porque en el mundo no había guerras, España era un oasis y a los perros se los ataba con longanizas, vuelven los de la Ceja con la antorcha de la libertad guiando al pueblo, como el profeta que fustiga en medio de la plaza, agrupados todos en la lucha final, o en cuartos de final.
Que el regreso coincida con la presentación de los Presupuestos Generales del Estado, poco dadivosos con las subvenciones al gremio, es pura casualidad. Tampoco tiene nada que ver con la penuria de los ayuntamientos, diputaciones y autonomías, tan caninos que desde hace algún tiempo no contratan galas millonarias, ni conciertos ni recitales, ni artículos ni montajes bien recompensados. Es verdad que a la Ceja le gusta mucho el dinero público, pero sólo porque es de todos, como la Sanidad y el servicio ferroviario. Y también es verdad que el Gobierno socialista, más que darles, los puso donde había. Hasta que se acabó. No, no es el vil metal lo que mueve a los viejos propagandistas, sino la redención del pueblo y la lucha contra «la degradación cada vez mayor de la cultura de masas» (sic), como reza el manifiesto fundacional. Más en detalle, el Foro se conjura para combatir «la zafiedad, la banalización de la reflexión, el entretenimiento alienante y la exaltación de la mediocridad». Encomiables impulsos, loables objetivos, edificantes propósitos, aunque para alcanzarlos haya que expulsar a algunos de los firmantes por clamorosa incompatibilidad. No obstante, todos sabemos que eso es lo de menos, porque si la Ceja ha vuelto tras una dolorosa ausencia no es por amor al arte, sino por odio a Rajoy y a lo que representa, que será más intenso a medida que se acerquen las elecciones. La única duda que les inquieta es si deben apoyar al PSOE o volcar sus afectos sobre Baltasar Garzón y su movimiento de liberación mundial. Difícil elección. La lástima es que ya no sean unos chavales y que, con una media de edad por encima de los 57 años, estén para pocos trotes por la Puerta del Sol. En cambio, podrán liderar con soltura el emergente movimiento de los «Abuelos indignados», más conocidos como «Yayoflautas».
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