Agustín de Grado
De libres y esclavos
La esclavitud no habría sido abolida si Douglas hubiera derrotado a Lincoln. No porque el senador fuera un esclavista convencido sino porque, para ganar votos de uno y otro bando, enarboló la doctrina de la soberanía popular. Nada tan democrático, proclamaba, como dejar que los electores de cada territorio decidieran si sus futuros estados debían o no respetar la esclavitud. Nada tan democrático, repite Mas, como que los catalanes puedan decidir su futuro sin cortapisas. Lincoln combatió que el autogobierno pudiera violar el principio de que todos los hombres nacen libres e iguales. Mas pretende que desistamos de nuestra libertad conquistada para alfombrar su secesión.
En democracia es el imperio de la ley, no la voluntad mayoritaria, la garantía de las libertades. «Seamos esclavos de las leyes para poder ser libres», sentenció Cicerón. No porque la soberanía popular tenga límites, sino porque debe expresarse sin atropellar las reglas que nos hemos dado. La Constitución es inviolable, no inmutable. Alberga los mecanismos para su reforma. Lo que (todos) decidimos libremente en 1978 (todos) podemos darle la vuelta como a un calcetín si fuera deseo mayoritario. Incluso podemos decidir que España ha dejado de serlo. Pues nada. Mayorías cualificadas, elecciones, referéndum y carpetazo a la nación más antigua de Europa y una de las más influyentes de la historia. La democracia no garantiza decisiones siempre acertadas.
Habla muy mal de nosotros que estemos planteándonos a diario qué es España, pero si el futuro pasa por que volvamos a decidirlo, hagámoslo. Todos. Porque nada tan liberticida como pretender que la expresión de una voluntad acotada y soliviantada por victimismos fantaseados convierta de golpe en extranjeros a españoles en su propia tierra.
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