César Vidal

De los chocolateros, Paquito

Confieso que, en ocasiones, se producen episodios que me sumergen en un profundo estupor. Uno de los últimos ha sido cuando, de manera absolutamente acelerada, en medio de la crisis provocada hace meses por los nacionalistas ucranianos, ha tenido lugar una tragedia aérea e, inmediatamente, se ha culpado de ella a Rusia, en general, y a Putin, en particular. No ha sido ciertamente casual que, en paralelo, ese chocolatero llamado Poroshenko que ahora es presidente de Ucrania exija que se considere terroristas a los pro-rusos del Donetsk. En otras palabras que se condene a los que son atacados por el delito de hablar ruso y se siga silenciando la brutal represión llevada a cabo por los ucranianos entre la población civil sin excluir ancianos, mujeres y niños. Personaje tan clave en la política de Estados Unidos como Ron Paul ha sido de los primeros en señalar que a nadie que conozca la situación le entra en la cabeza que Putin pueda estar detrás de un episodio semejante remachando el argumento con la afirmación de que los terroristas árabes tienen armas americanas y no por eso se culpa de sus crímenes a los Estados Unidos. Pero quizá lo peor sea el olvido de precedentes. Por ejemplo, el 4 de octubre de 2001, el avión comercial ruso TU-154 de la empresa Sibir realizaba un vuelo de Israel a Siberia. A pesar de surcar una ruta internacional sin restricciones, cayó frente a las costas de Crimea falleciendo todos sus setenta y ocho pasajeros y tripulantes. Una investigación del Comité interestatal de aviación estableció que la nave había sido derribada por un misil antiaéreo S-200 lanzado por las Fuerzas Armadas de Ucrania asentadas en la península de Crimea. El Gobierno ucraniano de entonces aceptó su responsabilidad y el pago de indemnizaciones. No es menos cierto que en 2008 – en medio del fervor nacionalista– dio marcha atrás. Con todo, se pudo llevar a cabo una investigación independiente que determinó las responsabilidades. Ahora, no sólo Kiev la obstaculiza –no ha dado explicación alguna sobre el avión de combate ucraniano Su-25 que volaba en las cercanías de la nave derribada– sino que está utilizando un pavoroso drama humano para intentar satanizar como terroristas a todos los que se resisten a ser triturados por el rodillo nacionalista. Si Poroshenko sigue ese camino, el día menos pensado anunciará que los rebeldes tienen armas de destrucción masiva y exigirá la intervención de la NATO. Por eso, de los chocolateros, yo me quedo con Paquito.