Alfonso Ussía

De mis apuntes

La Razón
La RazónLa Razón

Cuando Don Juan recuperó España en 1976, traía en su maleta un sobre lacrado. Contenía su voluntad de tumba. Se sabía Rey de derecho, pero no de hecho. Era consciente de la singularidad de su persona y su vida. Pero no quería crear conflictos innecesarios. Su tumba elegida era la mar, a la altura de Cartagena en el límite de las aguas jurisdiccionales españolas. Un homenaje a la singladura hacia el exilio de su padre, Don Alfonso XIII. Don Juan renunció a la Jefatura de la Casa Real Española y a todos sus títulos y derechos dinásticos en 1977. Durante aquel año, representantes del Rey –Don Juan Carlos–, y de su padre se reunieron en diferentes ocasiones. Y en una de aquellas reuniones, sorpresivamente, el general Armada propuso que Don Juan renunciara también al Condado de Barcelona. Su teoría era certera, pero profundamente antipática, por cuanto Don Juan eligió el uso del título de Conde de Barcelona con toda la intención. Sólo el Rey de España podía ser Conde de Barcelona. Se refirió Armada al peligro de una «Binarquía», pero Don Juan argumentó que llevaba treinta años usando legítimamente el título y que no admitía la propuesta. De ahí el párrafo en el texto de su renuncia: «Deseando conservar para mí y usar como hasta ahora el título de Conde de Barcelona». Y el Rey, en su respuesta, accedió explícitamente a su deseo.

En Barcelona recibió la visita del Presidente de la Generalidad, el Muy Honorable Tarradellas –que lo era, no como algunos sucesores–, otra roca que resistió el largo exilio. Cuando Don Juan le devolvió la visita en el Palacio de la Generalidad, Tarradellas le aguardó de rodillas en el despacho, besó su mano y le dio la bienvenida con estas palabras: «Saludo con emoción y honor a mi Señor natural el Conde de Barcelona». Como Junqueras, vaya.

Durante la comida, Tarradellas le invitó a visitar el monasterio de Poblet, panteón de los Condes de Barcelona. Y Don Juan cambió la mar por Poblet. Pero siempre con una reserva: «No me gustaría estar enterrado en un lugar que en el futuro puede dejar de ser España». Para Don Juan, el nacionalismo separatista catalán era mucho más peligroso que el vasco. «El vasco no engaña. El catalán es más constante y sinuoso». Don Juan pagó de su bolsillo las obras en el Monasterio, para construir su sepulcro y el de Doña María. Pero insistía: «Si Cataluña algún día deja de ser de España, nos sacáis de allí aunque sea a gorrazos».

Dos años antes de su fallecimiento, Don Juan Carlos le informó que, por sus circunstancias especiales y con el apoyo del entonces Presidente del Gobierno, Felipe González, su enterramiento y el de Doña María sería en el Panteón de los Reyes del Monasterio del Escorial. «Juan III, Conde de Barcelona», en la inscripción de la urna. Se trataba de un reconocimiento póstumo al valor de una vida entregada a España desde la soledad del exilio, y al mantenimiento de la independencia de la Corona.

En su entierro, que partió de la Plaza de la Armería, se le rindieron honores de Rey, y la Bandera saludó al paso de su féretro, todo ello también autorizado por el Presidente del Gobierno socialista.

«Aquí, no tengo dudas de que siempre descansaré en España».

Muy pocos se apercibieron en aquellos tiempos del peligro de la escisión, que en mi humilde opinión, ha menguado momentáneamente con los resultados de las elecciones autonómicas. Pujol fue extremadamente cortés y respetuoso, porque así le convenía, con Don Juan y el Rey. No así su mujer, Marta Ferrusola, a la que Don Juan atribuyó el veneno nacionalista que se destapó durante los Juegos Olímpicos de Barcelona-92, con uno de los nenes portando la pancarta «Catalonia is not Spain».

Jamás le oí una opinión de Mas, porque Mas no era otra cosa que el chico de los recados y de las comisiones de Pujol, del que tampoco se sospechaba su larga mano recaudadora con final en su bolsillo. Cataluña es España y –por ahora–, seguirá siéndolo. Está rota y socialmente dividida, y más del cincuenta por ciento de los catalanes ha resistido. Pero recuerdo su petición, que ya no tiene sentido porque sus huesos descansan en El Escorial.

«Si Cataluña algún día deja de ser España, nos sacáis de allí aunque sea a gorrazos». Lo dijo un Conde de Barcelona y es provechoso recordarlo.