Antonio Pelayo
De vuelta
Hoy lunes, a últimas horas de la tarde, Francisco aterrizará sano y salvo –así lo esperamos y deseamos– en Roma, poniendo punto final a su primer viaje africano que había suscitado tantas inquietudes por su incolumidad física y por la de los fieles que acudieran a recibirlo.
El viaje pasará a la historia de la Iglesia porque, por primera vez, un Año Santo ha sido «espiritualmente» inaugurado fuera de Roma; en un país, la República Centroafricana, devastado por años de sangrientos enfrentamientos tribales calificados, injustamente, como conflictos religiosos. Presentándose a sí mismo como «peregrino de la paz y apóstol de la esperanza», Bergoglio ha recorrido infatigablemente miles de kilómetros en Kenia, Uganda y la República Centroafriacana soportando temperaturas extremas y sin concederse un respiro de descanso. Durante seis días ha pronunciado diecinueve discursos u homilías en diversas lenguas. En español pronunció el, en mi opinión, más importante de todos sus discursos: el que leyó en la sede de la ONU en Nairobi. Un discurso pensado de cara a la Cumbre Mundial sobre el cambio climático que hoy comienza en París y donde la Santa Sede estará representada por el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin. En sus palabras Bergoglio fue, como suele, categórico: sería triste e incluso me atrevo a decir catástrófico que esta cumbre fracasase porque los intereses particulares prevaleciesen sobre el bien común.
Desde la publicación de su encíclica «Alabado seas», era de todos conocido que Francisco considera que el clima es un bien común de todos y para todos y que el cambio climático es un problema con muy graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas. En su opinión estamos ante uno de los desafíos fundamentales para la humanidad y no nos podemos permitir fracasar una vez más en su solución. «No se trata –dijo también– de una utopía fantástica sino de una perspectiva realista» y nadie puede permanecer indiferente ante este problema global que amenaza con traspasar a las generaciones venideras un planeta hostil e invivible.
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