Alfonso Merlos

Deconstruidos, durmientes y baratos

Zaragoza-Murcia-Boston. Una misma y nueva fisonomía de la Yihad Global. Una forma distinta de entender el servicio al extremismo totalitario de matriz salafista. No son de Al Qaeda, pero no se entienden sin el precedente y el sendero trazado por Al Qaeda.

Los detenidos en España, como los que colocaron bombas en Boston, conforman la red más periférica del terrorismo islamista. Se trata de activistas solitarios o casi, de grupúsculos menores, de entramados que no están bien organizados ni estructurados ni consolidados. Pero, al fin y a la postre, de individuos entregados a hacer méritos en el asesinato masivo de occidentales.

Son activistas no adscritos, impredecibles, los que más arriesgan. Son los más difícilmente detectables porque con frecuencia operan como «legales», no fichados necesariamente por los servicios de inteligencia, sin un seguimiento o una investigación a sus espaldas.

Es verdad que en el pasado estos guerreros de Alá se concentraban en actos preparativos impunes: eran captados, reclutados y enviados a un escenario de conflicto para recibir instrucción «militar» y «religiosa». Pero Internet ha cambiado todo y ahora estos iluminados son capaces de constituir micro-células con energía, voluntad y capacidades para completar un atentado en cada una de sus fases tras haber sufrido un acelerado proceso de radicalización.

El caso español y europeo conforma un desafío mayor para las Fuerzas de Seguridad. La amenaza procede como regla general de jóvenes procedentes de la segunda o tercera generación de inmigrantes que, en apariencia, están perfectamente asimilados a las comunidades en las que conviven. Se trata en no pocos casos de conversos al Islam militante que espontáneamente se sienten empujados a actuar contra cualquier objetivo marcado por los miembros del núcleo central de la Yihad Global, seleccionando sus blancos y diseñando sus propios métodos.

¿Están desarraigados los elementos que rellenan esta nueva hornada de fanáticos? Sí y no. Es frecuente que se sientan desconectados de sus familias, sus trabajos (si los tienen) o la sociedad en su conjunto; y que al mismo tiempo estén fascinados por las reglas más estrictas que marca la religión mahometana. Pero al mismo tiempo tienen un profundo conocimiento de la cultura y las costumbres de los países en los que están asentados, llegando a mimetizarse con éxito.

Pero esta vocación por destruir los cimientos sobre los que se fijan las sociedades abiertas no tiene que ver sólo con una lectura rigorista del Corán. Sujetos como los detenidos en Murcia y Zaragoza, o los que han conmocionado Boston, han abrazado la doctrina ideológica más potente y destructiva desde la que se combate el sistema; y en el marco pre 11-S podrían haberse inclinado por nutrir movimientos ultras de izquierda o derecha.

Estas máquinas de matar han llegado para quedarse. Están entre nosotros. Tienen una necesidad irrefrenable de probar de la forma más brutal que su conversión a la nueva fe es verdadera, no impostada ni negociable. Con ellos, se cumple la profecía de Osama bin Laden: «Las operaciones contra el enemigo se multiplicarán incluso cuando yo falte».