Pedro Narváez
Dejemos tranquila a Teresa
En el caso de Teresa Romero no sólo ha fallado el famoso protocolo, un palabro que más que a una vida humana nos remite a un cabezazo en La Zarzuela, sino el otro manual de conducta que hace que los hombres nos convirtamos en alimañas. Empiezo por mí mismo, periodista. Creo que la foto de Teresa en su habitación transmitía esperanza en su recuperación, había que verla viva cuando un país entero estaba en vilo porque se enfrentaba a lo desconocido, que es un agujero oscuro que conduce al caos. Es mi opinión, no una disculpa. Ya la hemos visto; ahora, que los fotógrafos apostados frente al Carlos III abandonen sus puestos y la luz entre en la habitación en la que luchan ángeles y demonios. Sigo por las supuestas portavoces de la contagiada, una de ellas dijo ser enfermera y vino a inocularnos el virus de la mentira cuando avisó de que padecía un fallo multiorgánico; otra parece que va a pasearse por los platós de televisión previo pago. Le asqueaba el acoso a la intimidad, pero no el dinero. Debe caer el telón sobre el teatro de los sindicatos que aprovechan una desgracia para consumar una venganza por legítimas reivindicaciones que no es el momento de gritar. Menos los tarjeteros black, todos los profesionales sufrimos la embestida de la crisis, también los sanitarios, algunos héroes para los que no habría piedra para tanta estatua. Que desaparezcan los cantamañanas que sin saber lo que es un resfriado se presentan como expertos en un mal del que se sabe apenas nada. El miedo es libre, pero aquellos que apestan a los que se relacionaron con Teresa más que una vacuna necesitan un psicólogo. Y dejo para el final a los políticos, del consejero a la ministra y a la oposición; unos empezaron muy mal y van enmendándose y los otros reaccionaron bien y ahora quieren pescar en un río podrido. Para ellos habría que elaborar un protocolo especial. Dejemos tranquila a Teresa. Informemos, discutamos, pero para que ella se salve, no para lavar nuestras conciencias.
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