César Vidal

Democracia... ¿para qué?

Tras la Segunda Guerra Mundial, la palabra democracia se consolidó de tal manera que todos los regímenes se la apropiaron apellidándola. Las dictaduras comunistas del este de Europa se definían como democracias populares, y la franquista olvidó las referencias iniciales al Estado totalitario para denominarse democracia orgánica. Había no poco de desvergüenza en ambos casos, pero también de tributo al triunfo de la democracia. Semejante situación ha quebrado recientemente en dos contextos significativos. El primero es China. El PCCh puede estar entusiasmado con el capitalismo, pero ha desarrollado toda una visión opuesta a la democracia alegando que en ella los más estúpidos y corruptos llegan al poder, la inoperancia es generalizada y los competentes se ven relegados. En otras palabras, no son demócratas porque habría que ser muy necios para abrazar esa forma de gobierno. El otro contexto es el islam. Buena parte del mundo islámico no ha considerado –ni siquiera de boquilla– denominarse democracia. Para Arabia Saudí y otras monarquías del Golfo, la democracia no es sino una peligrosa muestra de idiotez propia de occidentales. La democracia carece de la carga de moralidad coránica que se encuentra en Arabia Saudí –algo que la inmensa mayoría de los demócratas no lamentará– e incluso es incapaz de proporcionar a sus ciudadanos el grado de bienestar que disfrutan los súbditos de estos regímenes medievales. Que sea así gracias al petróleo y no al despotismo, no les preocupa mucho. No son pocos – China y el Golfo– los que rechazan la democracia, pero es que existen indicios de que su aceptación se resquebraja en el resto del globo. Hezbolá, fuerza relevante en Líbano, va a boicotear la sesión de diálogo nacional simplemente porque su fórmula política –«pueblo-ejército-resistencia»– ha sido despreciada por el presidente Suleimán. Formalmente, Hezbolá no ha rechazado, como los Hermanos Musulmanes u otros grupos islamistas claramente peligrosos, la idea de una democracia, pero, materialmente, se ha ubicado en esa tesitura. Lo mismo cabría decir de movimientos como el denominado «socialismo del siglo XXI» en Hispanoamérica o incluso reinterpretaciones de la democracia por parte de la izquierda que en Europa –en España– convierten las urnas en un mero trámite para que el ganador electoral haga lo que le parezca con un completo desprecio hacia la legalidad constitucional. Y, sin embargo, no cabe engañarse. Como señaló Churchill, la democracia sirve al menos para que, cuando llaman a la puerta de madrugada, se tenga la tranquilidad de que es el lechero y no la Policía que viene a detenerte.