Francisco Rodríguez Adrados
¿Derecho a decidir?
El último argumento de los separatistas es el supuesto derecho a decidir sobre la independencia. Así lo planteó hace años el Sr. Ibarreche, Mas le ha salido buen discípulo. Planteadas las cosas así yo respondería que ese supuesto derecho no existe. El hombre tiene derecho a mil cosas, entre otras a ser tratado como tal. Pero hay cosas en que no puede decidir: bien la Historia, bien la naturaleza, bien circunstancias varias se las dan decididas. Es hombre o mujer, alto o bajito, guapo o feo, español o chino. Ya saben que el señor Ibarreche se empeñó hace años en que se votara para decidir si eran vascos o eran españoles. Ibarreche desapareció de la escena. Pues ahora le ha salido ese discípulo, pesadísimo, llamado Mas, que quiere más de todo. Ha organizado un gran tiberio, Rajoy dice que va a prohibir el referendum por inconstitucional. Yo se lo habría prohibido desde el principio. No se puede poner a votación lo prohibido por la Constitución, que en su artículo 2 habla de la «indisoluble unidad» de la nación española. Nada de nacioncillas o nacioncetas. Lo han decidido por 2.000 años de Historia.
España es la suma de varias provincias romanas, unidas en un momento dado por los godos. Luego los musulmanes nos conquistaron, luego fuimos independizándonos valle a valle, después uniéndonos. Renació Hispania, España. En esa Historia hubo una guía, Castilla. No fueron las espadas. En torno a Castilla fueron uniéndose tierras y reinos, su lengua fue siendo aceptada. Y ello por matrimonios y pactos, nunca por la espada. Muerto sin descendencia el rey de Aragón, los aragoneses (y catalanes) aceptaron un rey castellano, luego Castilla y Aragón se unieron, por un matrimonio, se recreó España con el castellano, ahora ya español, como lengua, todos aceptaron. Castilla era la guía. Pero quedaron lenguas varias y peculiaridades diversas. Igual que en Francia, Italia y Alemania. Así son las cosas en el vasto mundo. Nació una nación común. Es cierto que aquí o allá subsistieron lenguas, costumbres, fueros particulares, nacieron Literaturas varias. Pero, andando el tiempo, el sentido de unidad creció, desde el siglo XV apenas quedó otra Literatura que la castellana. Cuestión de elección. Hombres de todas la regiones fueron ahora españoles, simplemente. Cada vez más, así en el XIX, las grandes figuras fueron simplemente españolas. Parecía un final feliz, lo era en efecto, pero no sin problemas. Sobre todo desde comienzos del XIX en todas las regiones nacían españoles importantes: en la milicia y el Gobierno, el arte y la Literatura, la industria. También se reactivaban los valores, lenguas y costumbres de regiones diferentes. Pero la esencia de España no cambiaba. Todos eran españoles, esto lo había decidido ya la Historia. Una historia de larguísimas centurias.
Decía D. Jesús Pabón que el catalanismo venía de la poesía –el recuerdo de la antigua historia– y los aranceles. Pero con la Historia podemos convivir con tal de que no se falsifique ni se utilice como arma. Y la economía es otra cosa ahora. Y, sin embargo, tras el momentos en que los pueblos se unen, hay otro en que ciertos grupos fomentan la división. En España, por desgracia, más que en parte alguna. Nadie abomina en Italia, Francia, Alemania o Inglaterra de sus grandes lenguas nacionales, nadie obliga a nadie a aprender napolitano o véneto humillando al italiano, nadie prohíbe aprenderlo, nadie propone votaciones para «decidir» entre todos qué hacer. Todas las grandes naciones vienen de fusiones de entidades menores, quedan duplicidades y variantes. Nadie de buena fe se dedica a enfrentarlas.
Pues aquí sí. Aunque tengan raíces que pueden comprenderse, no comprendemos a los que ahora volvemos a llamar separatistas, dejando ya los eufemismos. Y en España todos los gobiernos, por evitar un mal mayor (o buscando simpatías y votos), han hecho como que no veían que esos grupos violaban la Constitución. Impiden que se hable el español en ciertos lugares de España (o multan por ello), obligan a aprender lenguas que no interesan a los más, las imponen cada vez en más dominios con estatutos, leyes o imposiciones varias. Han inventado eso del «decidir», esto es, votar, si todos van a seguir siendo españoles o hay que trazar una frontera que los parta en dos. Una causa romántica se convierte así en una búsqueda descarada del poder sobre una región, separándola de España. Eso sí, con todos los ornamentos del poder, que es lo que buscan: cargos de ministros y embajadores, enseñantes de la lengua local, toda una teoría de cargos y de empleos, una compañía aérea nacional, unos equipos deportivos que recorran, bien pagados, el mundo. Lo que más me preocupa es la teoría del «laisser faire», el ojo cerrado a los programas incompatibles con la Constitución, que prevé que el Gobierno puede intervenir cuando una Autonomía daña el interés común. Se han tolerado montes y montañas, la ola crece cada vez. No decir ahora, simplemente, «no», dejar de cortar de raíz ese referendum haría el problema mucho más grave para el futuro.
El «derecho a decidir», lo único nuevo que los catalanistas presentan para justificar el supuesto futuro referendum. Ni el Presidente del Gobierno ni nadie puede aceptarlo, nadie está autorizado para ello. Ni menos un Parlamento autonómico. En lo demás vemos lo de siempre: el lloriqueo, el falso historicismo, el aprovechamiento de los momentos débiles de España, las falsas ilusiones de pasar a una especie de superpotencia con las parafernalias que he dicho y algunas más sin duda, amén de la independencia plena en todo. Creo que nada de esto va a conseguirlo Cataluña y que tampoco le hace falta. Va contra la actual tendencia del mundo. Crear otra nación podía hacerse en el siglo XIII, cuando lo hizo Portugal. Ahora ya no. Se ha visto, de otra parte, que Convergencia no tiene los votos para una mayoría absoluta (se veía ya en todas las elecciones). ¡Ha tenido que pactar con sus peores enemigos! Mal futuro para la supuesta nación. Sería mejor que todos se bajaran a la realidad.
Lección también para la izquierda española, los socialistas sobre todo. Se han quedado sin programa (socialistas en determinado sentido lo somos todos ya) y han querido compensarlo ayudando, entre otros, a los catalanistas para ganar algunos votos. Se han quitado la «E» final y han recibido el rechazo de los unos y los otros. Algo parecido le ha pasado y le pasará en el País Vasco a ese señor Francisco López. Debería repensarlo.
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