Ely del Valle
Desahucios
Que los desahucios se han convertido en un problema social, es algo que ya nadie discute; que quienes ahora se devanan los sesos intentando buscar soluciones -partidos políticos, entidades financieras, poder legislativo y los propios desahuciados - tienen su cuota de responsabilidad en el asunto, tampoco.
Durante años, unos y otros han alimentado la idea de que quien no tenía un piso en propiedad no era nadie y que los ladrillos, a pesar de su humilde apariencia, eran poco menos que lingotes de oro en proceso de revalorización perpetua. La crisis ha roto el cántaro de este cuento de la lechera, que incluso en sus mejores años sólo sirvió para frenar la movilidad del mercado laboral y para que millones de españoles perdieran parte de su vida intentando ganársela para alimentar a ese miembro glotón de la familia llamado hipoteca.
Ahora las soluciones son pocas y malas: la dación en pago provocará que los bancos reduzcan a niveles de anécdota los créditos para la compra de vivienda; los impagos, si no son perseguidos con contundencia, se generalizarán pasando a engrosar la deuda pública, que es la de todos, y el desahucio, si se elimina como figura legal, llevará a la quiebra del sistema financiero.
Es posible que haya otros caminos para salir del atolladero, pero el hecho de que todos estén en manos de quienes cebaron al monstruo, unos por avaricia, otros por desidia, y los más por la irresponsabilidad de pensar que cualquier tiempo venidero iba a ser más rentable, no tranquiliza en absoluto, y únicamente nos reafirma en la certeza de que aquel mercado inmobiliario de la España próspera de antaño, a la hora de la verdad, sólo estaba conformado por miles de castillos en el aire que ahora se derrumban llevándose por delante todo lo que pillan.
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