Carlos Rodríguez Braun
Desigualdad y crecimiento
Los profesores Sutirtha Bagchi y Jan Svejnar, de las Universidades Villanova y Columbia respectivamente, aportan una nueva visión al viejo asunto de la distribución de los recursos y su impacto sobre el crecimiento económico (http://goo.gl/ummmtB). Su trabajo, publicado en el «Journal of Comparative Economics» en agosto del año pasado, concluye que la desigualdad en la riqueza tiene un efecto negativo estadísticamente significativo sobre el crecimiento, pero que la desigualdad de rentas no lo tiene prácticamente en absoluto, y la pobreza tampoco tiene importancia estadística.
Dirá usted: los liberales tienen que rendirse, por fin, ante el pensamiento único políticamente correcto que, desde Stiglitz y Krugman hasta el último opinador solemne en los medios de comunicación, proclama que la desigualdad no sólo es injusta y moralmente detestable, sino además económicamente nociva. Incluso si dudáramos, como es muy conveniente, de los avales jurídicos y éticos, el argumento económico sería muy poderoso y brindaría un sólido argumento a la intervención del Estado. ¿Verdad? Pues no tanta prisa.
La demostración de estos autores pasa por un análisis de los multimillonarios, la distribución de la renta y la pobreza. Lo más interesante del caso es que no se fijan sólo en el dinero de los más ricos, sino que distinguen a los opulentos conforme a la vía mediante la cual han acumulado sus fortunas: si mediante la política o en el mercado. Los resultados sugieren que esa distinción es fundamental: «La desigualdad de la riqueza que está políticamente conectada se relaciona inversamente con el crecimiento, mientras que esa desigualdad de riqueza, cuando ésta no brota de conexiones políticas, no tiene significación estadística, como no la tienen la desigualdad de rentas y la pobreza inicial».
Entran en detalle en algunos casos de riqueza asociada a la política, como el de los multimillonarios rusos. Hace apenas veinte años no había ni un solo nombre ruso en la lista de Forbes. En las últimas dos décadas, sin embargo, su número es abundante. La forma de enriquecerse de estos ciudadanos rusos es típica: a través de contactos políticos consiguieron hacerse con empresas que controlaban recursos naturales, pagando menos que el precio de mercado. Una vez que accedieron a posiciones de control, resultó difícil regularlos, y no hubo forma de contar con su apoyo para ayudar a crear un marco institucional que protegiera los derechos de propiedad y los contratos, que son los puntos de partida indispensables para que la economía crezca a largo plazo.
De tal manera que quienes nos aleccionan permanentemente sobre la urgente necesidad de la intervención del Estado para «resolver» las desigualdades de modo de impulsar el crecimiento deberían explicar primero por qué el crecimiento sólo se ve frenado cuando la desigualdad se origina, precisamente, en la intervención del Estado.
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