Reyes Monforte

Despertando deseos

La Razón
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Tengo un amigo convencido de que el Mayo del 68 hizo mucho daño, una fantasmada cuya sombra aún nos cobija. La mayoría miente y habla de oídas. No había sitio físico para todos los que aseguran que estuvieron allí al grito de «Prohibido Prohibir». No cabían. Lo mismo sucedió en el París de los años 20, aquella fiesta de Hemingway a la que no todos estaban invitados, pero no todos se enteraron de que estaba reservado el derecho de admisión. Entonces se moldeó un lema que ha corrido de boca en boca de la misma manera que el padrenuestro, a modo de retahíla enunciada sin pensar.

En cuanto a un desocupado le disgusta algo, solicita a voz en grito prohibirlo.

Los toros, la religión, las hamburguesas XL, las procesiones, las fiestas de Halloween, el baile regional, la semana santa... No es un vicio patrio. En Singapur está prohibido el chicle, en Malasia vestir de amarillo, en Burundi correr en grupo y en la Rumanía de los 80, el gobierno prohibió el Scrabble por ser un juego demasiado intelectual. Desde hace días, un grupo de iluminados, bajo el nombre de «Renoir apesta», considera que la obra del impresionista francés no merece estar en los museos porque su última etapa no es tan buena como la primera. Lo llaman terrorismo estético y dicen que Dios odia a Renoir. No ha trascendido lo que piensa Dios de ellos, y casi mejor, no vaya a ser que también le prohíban. Es como si la vecina del cuarto dice que Picasso fibriló en su periodo cubista y que hay que descolgar todo lo que lleve su firma. La estupidez , compañera de cama de la ignorancia, está a salto de un tuit, de un momento de gloria que, lejos de los 15 minutos que preconizaba Warhol, se ha quedado en 140 caracteres o en los cinco segundos de tontería supina ante una cámara. Abono para la libertad. Prohibir es despertar el deseo, decía el filósofo Michel de Montaigne. Algunos también le prohibirían.