Ely del Valle
Destinados a entenderse
Predestinados a entenderse. Sí, hubo un día en que dijo lo contrario, pero ¿de verdad alguien creía que doña Ada Colau iba a dejar de apoyar el independentismo? No hace falta ser un lince para saber que la alcaldesa de Barcelona siempre se pondrá del lado de lo que huela a agitación y a ruptura, más que nada porque hasta ahora es lo que mejores rentas le ha proporcionado. Si fuera el Estado quien se estuviera planteando un referéndum para desprenderse de una parte de su territorio, Colau estaría bramando por la unidad con los mismos argumentos que ahora esgrime, que son muy cómodos porque lo mismo sirven para quitar un busto que para colocar a su pareja –para lo que, por cierto, no ha consultado a nadie– y que se resumen en una premisa bastante sui géneris: «Puesto que yo gobierno, lo que yo decido es lo que quiere la mayoría de los barceloneses». A Colau, como a muchos otros que abominan de las mayorías absolutas pero que sólo aspiran a gobernar como si las tuvieran, se le olvida que haber conseguido once concejales sobre cuarenta y uno no le da patente de corso ni para cambiar de opinión porque Mas le invite a un café y acceda a reconocer – que no a pagar, de momento– lo que la Generalitat debe a su ciudad, ni para comprometerse más allá del ámbito puramente personal con ningún movimiento encaminado a sacar los pies del texto constitucional. Claro que eso a ella le importa un comino; ella es la Colau y por eso se puede permitir el lujo de calificar, desde su cargo institucional, de antidemocrático, prepotente y arrogante todo lo que no le gusta. Decía Walt Whitman que el mejor gobierno es el que deja a la gente en paz, pero es evidente que ni Artur Mas ni Ada Colau están por la labor. En el fondo, estaban predestinados a entenderse.
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