
Alfonso Ussía
Día, hora, año y siglo
Mas le ha comunicado a Rajoy que ponga día y hora para dialogar. Para mí, que la hora y el día los puso Mas, Rajoy, el Gobierno, y el resto de los partidos que acudieron a la cita, y fue Mas el que no se presentó. Como poco, una falta de cortesía. Mas insiste en el diálogo. Está muy pesado con el diálogo. Para Mas, «dialogar» significa reunirse a hablar con otra persona para que ésta asuma todas sus condiciones. «Dialogar» es obligar a quien tiene que ser más respetuoso con las leyes y normas establecidas y aprobadas por los españoles a saltarse las leyes y las normas. «Día y hora», exige, cuando no tuvo dídimos para presentarse en el Congreso de los Diputados. Ibarreche los tuvo y salió con el rabo entre las piernas, y Mas no quiso aprovechar las ventajas de su montaje porque su testiculario disminuyó hasta el tamaño de dos aceitunas rellenas de anchoa. «Día y hora».
Después de todos sus fracasos políticos, tanto en el resto de España como en Europa, ni día, ni hora, ni año, ni siglo. Además, que esa imposibilidad de agenda le hace un inmenso favor. Mas está asustadísimo. No sabe cómo salir del embrollo y del laberinto. «Esto es un camino sin retorno», dijo su cónsul. Efectivamente. Mas no sabe cómo retornar a las ambigüedades admitidas por nuestra anormal normalidad. En España estamos muy acostumbrados a las tonterías que todo nacionalismo exige. En sus jesuíticas homilías del «Aberri Eguna» en las campas alavesas, Arzallus hablaba a los allí reunidos con la contundencia de un predicador que sabe que todo lo que dice va a endulzar los ánimos y corazones de quienes lo oyen. No es sencillo ser jesuita. Más de quince años de estudios. Para un jesuita como Arzallus decir una cosa hoy y otra diferente mañana es un juego de niños. Hablaba más en español que en vascuence, por aquello de los matices. Hacía soñar a sus seguidores con una nación idílica, siempre en avanzada primavera. Y cuando terminaba la función les decía a los suyos que lo de la independencia es una tontería. ¿Para qué la independencia, para plantar berzas? Su frase vuela sobre los robles centenarios y los hayedos vascos,
Mas no es jesuita. Es, simplemente, un lerdo de la política. No sabe salir de sus propios líos. Ignora que las palabras y los gestos van unidos. Le sobra tupé en todos los sentidos, incluido el capilar. Más no es guerrero. Arzallus admiraba la capacidad de algunos vascos para aprender la eficacia de las balas y las pistolas, y llevar a cabo su aprendizaje. Y despreciaba a los nacionalistas de Cataluña por su falta de coraje en «la lucha armada». Era consciente Arzallus del daño que hacía y la extensión de las heridas que provocaba, pero sabía como nadie exprimir la sabiduría del cinismo. Mas no es cínico. Es, simplemente, un predicador de memeces, un homilíaco sin gracia, un desconocedor de los suyos. Dicen que al colgar los hábitos, Arzallus buscó mujer y tuvo que elegir entre dos aspirantes a su amor. Una guapísima y juncal nacionalista y una mujer de más discreta belleza y maravillosa cocinera. Eligió a la segunda. La belleza física pasa y la maestría culinaria se agiganta con el paso de los años. Le gustaba la juncal y eligió a la gran ama del caserío. Mas habría hecho lo contrario, porque su frivolidad no le permite una visión clara del mañana. Ahí tienen a Urkullu, que es más nacionalista que Arzallus, más independentista que Arzallus y una joven consecuencia de Arzallus. Irrita y desangra de cuando en cuando con sus palabras, actitudes y manifestaciones, pero mantiene una prudente y distante cortesía institucional.
Mas sabe que su fracaso está servido. Pide día y hora con el mismo entusiasmo que un plato de urraca asada en su jugo. Pide día y hora para mantener el tipo, el puesto y probablemente, las ventajas del poder. Pero su única salvación es que no le citen a ninguna hora de ningún día de ningún año y de ningún siglo.
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