Elecciones catalanas
«Diplocat» de la «Señorita Pepis»
Tuvimos conocimiento hace unos años de la existencia de un paradisíaco principado llamado Sealand donde casi todo era posible, desde expedir pasaportes diplomáticos, placas de matrículas para los coches hasta exención de aranceles. Por supuesto, en un exclusivo edificio de la madrileña calle Serrano ondeaba la bandera blanquinegra de la embajada de Sealand, «principado independiente». Ocurrió, sin embargo, que no solo la UE y nuestro Ministerio de Exteriores no estaban muy de acuerdo con la legitimidad de «chiringuito», sino que la propia Guardia Civil tuvo que acabar tomando cartas en el asunto contra el «regente» del citado estado virtual y otros miembros de su «gabinete» por estafa, falsedad de documentos y delitos económicos.
Inventarse realidades virtuales en política y diplomacia puede no resultar complicado, salvo si se repara en el inconveniente del soberano ridículo que pueden hacer quienes lo practican y, lo que es peor, aquellos a quienes dicen representar. Cataluña lleva demasiado tiempo varada en la ciénaga de quienes han depositado todos los huevos de su razón de ser en la cesta del independentismo y ahora, en el último órdago fiado a otro referéndum ilegal en el horizonte de dos meses, tocaba ampliar el gran angular fuera de nuestras fronteras con una ofensiva «diplomática» que pretendía implicar a otros estados soberanos en el debate sobre el «derecho a decidir». El resultado, además de desastroso para las pretensiones del ejecutivo de «Junts pel Sí» y especialmente lesivo para la propia imagen del pueblo catalán, ha vuelto a evidenciar la supina bisoñez de un absurdo departamento de Exteriores de la Generalitat con Raül Romeva a la cabeza, que ha paseado sin rubor alguno por Europa y el mundo lo más parecido a un patético «kit» de diplomacia de pega similar a aquel «maletín de la señorita Pepis» que hace años proporcionaba a las niñas maquillajes, monedas de chocolate, pasaportes de plástico y otros abalorios para jugar a ser mayores.
El elenco de irrisorias misiones a cargo de la «Diplocat» contrasta con la incapacidad para reparar en que el maletín «diplo» de pega únicamente genera indiferencia entre las autoridades foráneas. La conferencia de Puigdemont hace semanas en Bruselas se quedaba en un simple pasar lista a funcionarios catalanes en la capital europea –casi 130 mil euros costó solo la broma de su promoción–, Romeva hacía el ridículo en Helsinki protagonizando un acto sobre el derecho a decidir en el que los únicos políticos presentes fueron los del partido xenófobo finlandés y el mismo conseller veía cómo la apertura de una «embajada» en Lisboa se contemplaba desde la administración portuguesa con bastante menos interés que la inauguración de una peña del Barça, por no hablar de la más reciente pardillada ante la fundación Carter o la invitación a dos díscolos congresistas norteamericanos poco menos que a «quemar» la noche barcelonesa.
Romeva conserva el triste currículum de haber sido, primero, un cabeza de lista virtual y, después, un ministro de Exteriores imaginario. A poco que se animen en «JxSí», nos lo facturan como ficticio obispo de la Seu.
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