Manuel Coma
Diplomacia y simulación
La diplomacia desempeña muchas funciones indispensables en la relación entre estados y a veces su principal utilidad consiste en ser un fin en sí misma. Se trata de que parezca que los problemas se encauzan, que las cosas se mueven, que los líderes se ocupan, que se trabaja por resolver los conflictos y hay esperanza. Siempre, de conseguir titulares. Todo ello puede servir para lograr apoyo doméstico e internacional, para ganar tiempo o para ocultar la realidad. Puede darle la ventaja a una de las partes, que utiliza todo el despliegue retórico como arma arrojadiza contra la otra: culpabilizarla de la propia mala fe. A veces las ventajas se reparten, aunque no sean las mismas las que cada uno busca.
La sesión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidos es el foro mundial de elección para tales ejercicios. Sus acuerdos no pasan de recomendaciones y autoritarios y totalitarios de toda laya le dan lecciones de democracia a quienes la vienen viviendo de antiguo. En el ciclo actual se han podido escuchar, como siempre, hermosos discursos rebosantes de buenas intenciones, con poca conexión con la realidad o con perspectivas de futuro realistas.
El caso de Siria es sencillo y se ha tratado en el más ejecutivo pero no mucho más efectivo Consejo de Seguridad que, para crear sensación de eficacia, se ha afanado en poner en marcha un sistema de inspecciones sobre las armas químicas del régimen de Damasco, que puede muy bien quedar reducido a la apariencia. La ONU ha querido "hacer algo"desde el comienzo del conflicto sin lograr nada en absoluto. Ni siquiera ha dicho que el letal ataque del 21de agosto haya sido obra del régimen, porque ni siquiera era ese su mandato. De lo que se trata es de que el tema entre en una vía muerta burocrática y que desaparezca de las primeras planas lo antes posible. El-Ássad tendrá que darles algún huesecillo a los técnicos internacionales y cuidarse muy mucho de no volver a gasear a sus ciudadanos. Con la inapreciable cobertura de Rusia, que en estas cosas siempre recibe el respaldo de China, conservará la mayor parte de su arsenal, que es su último recurso de supervivencia. Ante sus incondicionales, Obama ha salido genialmente airoso de la descomunal chapuza que cometido y Putin ha cobrado un magnífico precio por su oportuna maestría en salvarle la cara: llevar el toda el agua del asunto a su molino.
El caso de Irán es algo más complejo. Consiste en saber si, contra todo su historial, el nuevo presidente Iraní, es verdaderamente un "moderado", lo que implicaría ser un reformista respecto al régimen que contribuyó a crear y ha defendido a lo largo de toda su carrera, y, en segundo lugar, si quien detenta realmente el poder en el país, el Líder Supremo y Guardián de la Revolución, Gran Ayatolá Alí Jameneí, le permite actuar con una cierta autonomía o está haciendo un doble juego y sólo lo utiliza como mascarón de proa. Si la respuesta a la primera cuestión es no, huelga la segunda. Lo sensato es no fiarse de las palabras. Que el régimen necesita que le levanten las sanciones es obvio. Que algo estará dispuesto a pagar por ello, es razonable suponerlo. Que sea el mínimo absoluto en términos de programa armamentístico nuclear, también.
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