Julián Redondo
Dirigentes para todos los gustos
E n un pasaje reciente de nuestra bendita democracia, en los estertores de la anterior legislatura, casi hubo tortas por alcanzar el rango de secretario de Estado para el Deporte. A los movimientos telúricos sucedieron traiciones varias y hasta jaculatorias elevadas a palacio en un intento de colocar al caballo ganador –apenas unos meses– sin considerar los méritos de Albert Soler, el idóneo. Entonces no se tenía la percepción de que el cargo era un bombón relleno de estricnina. Ahora, sí. Rajoy, Soraya y Wert, todos o uno solo, entregaron el arcón del deporte a Miguel Cardenal. Intuyó el nuevo presidente del CSD que el tránsito no iba a ser un camino de rosas; pero no imaginó semejante andurrial de espinos, ni un cofre tan profundo, tan oscuro y tan vacío como el alma de Satanás. Del grifo que antes salía un chorro de agua ahora no caen gotas; al fontanero de La Moncloa le superan las averías. Alguien ha cortado el suministro, Merkel, Draghi, Montoro, o Bruselas, y a Cardenal le atizan sin misericordia. Acude a todos los fuegos; apaga algunos con buena voluntad y para otros no le llega la saliva. Es el tipo de dirigente atado de pies, por la Administración, y de manos, por esta puñetera crisis importada. De éstos te puedes fiar, no de aquellos que combaten los incendios con tanques de gasolina, como Pat McQuaid, ese presidente de la UCI que no incluye a «Purito», el número 1, en la lista de los 18 principales porque sospecha ma- la praxis en el Katusha. Sin aportar ni una prueba, ha cubierto de mierda al equipo ruso.
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