Paloma Pedrero
Divorciarse
Separarse de la pareja, si ha existido unión y afecto verdadero, siempre causa dolor. Pero si, además, la relación ha sido profunda y los esposos han sido amigos y amantes, progenitores de criaturas o, incluso, co-creadores de proyectos sociales o profesionales, el divorcio puede ser la pérdida de una parte de tu alma y de tu cuerpo. Un corazón y una mente fracturada por mucho tiempo. Cuando la separación es porque llega la muerte de uno de ellos, el sufrimiento inmenso se atenúa por la falta de responsabilidad en el hecho. Se separó de mí sin querer hacerlo. Suele ocurrir, además, que cuando uno de los esposos enferma de muerte, ambos se unen para afrontar la tragedia y el final de sus días juntos se llena de un amor nuevo infinitamente tierno. No hay culpa en las separaciones por deceso. Sí la hay cuando te separas porque dejas de amar al otro, porque ya no lo deseas o no quieres compartir el día a día. Hay culpa porque, inconscientemente, sientes que no eres capaz de amar y de ser amado. Ese sentimiento se convierte en una forma de neurosis, sobre todo si has tenido más de un divorcio en tu vida. Es tremendo comprobar cómo estando en convivencia e intimidad con alguien, cómo aun compartiendo sueños, hijos, pensamiento y gastos, puede ir minando la discordancia. Ese sentir que el otro no es el que era, no responde como antes; no me ama y yo no le amo igual, tiene tintes de tragedia en nuestro ser. Porque, en el fondo, sabemos que nos hemos vuelvo a equivocar. Así que con todo el dolor encima tendremos que empezar y aprender de nuevo. Aprender otra forma de amar. De amarnos a nosotros mismos.
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