María José Navarro

Don..

Estaba el otro equipo grande de Madrid por ganar la novena y una, sin ganas, aterrizó en Glasgow. «Hombre, siendo española, querrás que gane un equipo español». Total, que me compré una camiseta del Bayern Leverkusen. Don Alfredo, mire, con todos mis respetos: soy española, pero no quiero que ganen estos. Seguro que me entiende, que Vd. es de otra pasta. En aquel hotel escocés estaba hospedado ni más ni menos el jugador del que todos hablaban como el mejor que habían visto, el más completo, aquel que trascendía a los propios colores, aquel al que admiraban los propios y los muy ajenos, entre ellos mi padre, más del Atleti que el oso del escudo. Así que Vd. es de los otros, señorita. Pasamos un rato charlando como dos aficionados de fútbol, como aquellos que viven las cosas desde la grada, como dos hinchas, como si él no hubiera sido nunca lo que fue, como si pudieramos ser lo mismo. Me trató con una gentileza extrema salpicada con picardía, con mucha ironía, con mucha gracia, así que entendí de pronto a aquellos que contaban que en las distancias cortas aquel tipo te mataba. De tal forma que el otro día, cuando se murió, me acordé de aquel momento de suerte que tuve, de aquella conversación con aquel argentinazo seductor y pillo que, cuando ya estábamos despidiéndonos, se quitó la insignia que llevaba en la solapa y me la regaló. Don Alfredo sabe que no me la puedo poner. Y con una media sonrisa, se levantó y se marchó. Este juego tiene menos gracia desde que se fue. Sabe que no me la voy a poner, pero sabe también que la voy a guardar para siempre.