Ángela Vallvey
Don Manolo
Con él ha sucumbido una cierta España. La muerte del artista ha cerrado un ciclo histórico. En el siglo XXI no hay sitio para la España folclórica de muñeca flamenca con traje hecho a punto de ganchillo que mira a la familia desde lo alto del televisor y le roba protagonismo al telediario. Antes, en esa época que dejamos atrás, las teles tenían el culo tan ancho que se podían adornar con figurillas de porcelana, toros de juguete y pañitos de perlé, y los españoles eran delgados y casi tan guapos como Manolo Escobar. Ahora las teles tienen el trasero extra plano, pero el españolito ha ensanchado por la parte de la retaguardia y es él quien parece una tele de la época del Porompompero que no baja peso ni con los aparatos de gimnasia pasiva de la Teletienda.
Encarnaba como nadie la cara buena y amable de una España que podemos dar por oficialmente finiquitada, la que hizo canciones con su miseria y fabricó sonrisas en un entorno siniestro como quien saca mayólica del sucio barro. Era la muestra perfecta del español apuesto, «salado», humilde, con la honradez pintada en los ojos y esa alegría hermana del valor que a veces habita en la casa del pobre que todavía conserva esperanzas. Símbolo de un período expectante, incierto, terrible. Le cantaba a la madrecita María del Carmen, que era una señora seria y decente, vestida de luto por dentro y por fuera, que habitaba en todas las casas del país y tenía hijos que se parecían a Manolo Escobar, pero sin su arte para quejarse de las minifaldas y no parecer unos rancios. Don Manolo Escobar era producto de un tiempo de «Viva España», no de «la puta España», de la época del pasodoble, y no del paso atrás. Descanse en paz.
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