Estados Unidos
Donald ♥ Bernie
La pelotera en Nevada, durante la convención demócrata del fin de semana, resquebraja la imagen de un partido ebrio de gloria tras la virtual nominación del republicano Donald Trump. Aunque Bernie Sanders acudía mejor pertrechado, la maquinaria burocrática, cercana a Hillary Clinton, maniobró para cambiar las tornas. Hubo gritos y abucheos mientras la presidenta local, Roberta Lange, aporreaba el estrado con un mazo y daba por concluido el guateque. En las horas siguientes ardió internet, Lange recibió amenazas de muerte y los grandes elefantes del partido del burro acusaron a Sanders de condonar la violencia y justificar el caos. Lo cierto es que el rival de Hillary ha publicado una declaración en la que poco menos que disculpa a los suyos y viene a decir que esto es sólo el aperitivo. Muy propio de un tipo y una campaña que, al más puro estilo de un vendedor de coches sobados, vocea por las calles su mercancía defectuosa y dedica el resto del tiempo a denunciar quiméricas conspiraciones. Más allá del juicio severísimo que merece el abuelo pirómano, los demócratas juegan con dinamita. No esperábamos menos de Hillary, la misma que un día de 1995, de visita en Katmandú, proclamó que recibió su nombre en honor de Sir Edmund Hillary. Claro, claro: el montañero alcanzó la fama tras conquistar el monte Everest el 29 de mayo de 1953 y, uh, Clinton nació un 26 de octubre del 47. Pero que Hillary sea una digna sucesora de Richard Nixon en el negociado de trolas estupefacientes y discursos embaucadores no significa que tenga visa oro para arramplar con la nominación demócrata y salir indemne. De persistir en la persecución de Sanders con mañas de tahúr transformará una campaña contra un Trump indefendible en una guerra civil en su propio partido. Sucesos como los de Nevada presagian una convención en Filadelfia, de la que saldrá el candidato demócrata a la Casa Blanca, entre Chicago 1968 y Ocupar Wall Street, con pancartas, persecuciones y pelotas de goma. Las maquinaciones para sellar cuanto antes su nominación podrían explotarle en la jeta, mientras lo de menos será ya si es o no la pretendienta ideal. Lo sustancial será el espectáculo encarnizado de unos demócratas cortando cabelleras entre los suyos. Los republicanos, espantados hasta anteayer, aplauden radiantes ante el canibalismo de unos rivales incapaces de hacer frente común. De lo que bien podría derivarse que millones de los votantes de Sanders, de por sí predispuestos al jaleo, opten por quedarse en casa el día de las elecciones. O incluso que apuesten por Trump. Al cabo ambos presentan un discurso gemelo en la pulsión aislacionista y enamorado de los diagnósticos hiperbólicos. Así las cosas, con Trump en modo caudillo y Sanders dispuesto a que todo explote, con los republicanos reunidos en torno a un kamikaze y los demócratas ciegos de rencor, los próximos meses serán turbadores. Divertidísimos para escribir y leer columnas; escalofriantes si comprendes que a este paso tendremos a un xenófobo, estrella de la teleboñiga, que desprecia la OTAN y admira a Putin, en el Despacho Oval.
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