Alfonso Merlos
Donde hay que estar
Donde hay que estar y como hay que estar. El Rey reina pero no gobierna. Lo establece la Constitución española. Y la división de los poderes del Estado está para respetarla: para que no se entre en el ojo por ojo, o se manden recados entre sí las más altas instituciones que, simplemente, son mensajes que no proceden.
Una cosa es que el proceso independentista, cuya marcha directa puso en su momento Artur Mas –y que ahora se encuentra en punto muerto–, vaya contra los intereses generales de los españoles y contra la propia ley. Y otra cuestión bien distinta, que el monarca no tenga que presidir oficialmente o ser partícipe privilegiado de importantes y aún entrañables actos que jalonan la vida económica, financiera, cultural o empresarial española. Y éste ha sido el caso.
Es verdad que ha chocado la figura del Felipe VI al volante con el «molt honorable» de copiloto pero, ¿no habría causado una rara impresión si se hubiesen invertido los papeles? Seamos serios, la presencia o ausencia, la mayor o menor cercanía, los gestos más o menos diplomáticos del Rey en Cataluña no iban ni van a solucionar lo que sólo puede y debe gestionarse y dirimirse en los tribunales de justicia; o entre las fuerzas políticas que representan al pueblo llano.
Esa hermosa región de nuestra gran nación en la que se han puesto los focos a causa del largo aliento de una marca automovilística especialísimamente ibérica no se ha segregado; es una más: con su idiosincrasia, sus quejas, sus valores, sus gentes y su grandeza. Punto. Ya Don Juan Carlos estableció que «si permanecemos juntos, habremos ganado el futuro». El heredero lo ha entendido.
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