Alfonso Ussía
Dos escopetazos
En todas las familias hay o hubo gente rara. En la mía, abundan. Una respetable tía, ya fallecida, se dedicaba a perseguir los coches de bomberos. No tenía otro entretenimiento. Por la mañana citaba a su chófer a horas tempranas y circulaba por Madrid sin rumbo fijo en busca de coches de bomberos con sirena. –¡Sígalo, Damián!–, le ordenaba a su leal conductor. Si el siniestro era de poca monta, volvía a su casa de mal humor y decepcionada. –Una pequeña inundación. Tanta sirena para nada–. A su hermana, tía también, le apasionaban las capillas ardientes caseras. Aunque no conociera al finado, subía, abrazaba, daba el pésame y abandonaba el hogar del muerto con el deber cumplido. Se reía mucho cuando oía su frase favorita: –Ha sido un escopetazo. Se ha ido en un segundo–. No sigo con mi parentela extravagante porque carezco del suficiente espacio. Y por haber hallado con gran habilidad el hilo conductor del presente texto.
Ha sido un escopetazo. Ayer, con tan esplendorosa salud política y hoy, inesperadamente fallecidos. Me refiero a los dos genios internacionales económicos del movimiento morado. En Atenas, Tsipras se ha cepillado a Varufakis, el torete del Partenón. Y en Madrid, Monedero ha insinuado que se propone abandonar la dirección de «Podemos» y que no se presentará en las listas para ser elegido diputado. Dos escopetazos. Lo de Varufakis se veía venir. Un tipo que debe mucho dinero al banco, al que el banco le ofrece toda suerte de facilidades para saldar su deuda, y que llama «hijoputa» todos los días al director del banco, no es de recibo. Varufakis se ha enemistado con todos sus colegas europeos. No es sencillo enfadar simultáneamente a un alemán, un francés, un polaco y un español, pero Varufakis lo ha conseguido sin esfuerzo. Y Tsipras, que en pocos meses ha aprendido de qué va la cosa en las finanzas comunitarias, le ha dicho a Varufakis que se dedique a mimar a su bella mujer, a la que tenía un poco abandonada.
Y el escopetazo de Monedero. Desde que se supo lo de los cuatrocientos mil euros se había escondido estratégicamente. La presencia en España de un político de la oposición venezolana con papeles e informaciones, ha sido quizá el motivo de su precipitada decisión. O pavor a las revelaciones venideras, o melancolía por saber a Carmen Lomana entre monos, cocoteros y tarántulas de la selva. Monedero ha experimentado lo que el profesor Grünwald-Hesmann denominó científicamente «pánico frenético». Te acuestas con una mortificante pero llevadera inquietud y te levantas con el terror instalado en las legañas.
Para poner un ejemplo al alcance del más simple en sus entendederas. «Pánico frenético» es lo que sentimos muchos madridistas cada vez que un delantero efectúa un centro hacia el área del Real Madrid, otro delantero remata y Casillas se estira en pos del balón cuando el esférico lleva varios segundos en el fondo de la portería. O cuando no se estira porque le da pereza, como en Vigo.
Sin la simpatía, ecuanimidad, elegancia y donosura de Juan Carlos Monedero, «Podemos» pierde muchos enteros. Su ataque de «pánico frenético» anticipa desagradables sorpresas dinerarias para el emergente partido del pijerío esnob y desencantado. Como decía unas pocas noches atrás durante una exclusiva y elegante cena la hija de un acrisolado y adinerado noble, bastante fea por cierto, y me refiero a la hija y no al noble: «Voy a votar a “Podemos” porque estoy hasta “le moigné fallére” –el moño fallero– del PP y el PSOE».
Sin Monedero, es más que posible que se les haya escapado a los de «Podemos» otro voto. El mío, con toda seguridad. Dos escopetazos.
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