Daniel Pipes
Dos formas de tiranía
¿Quién es peor, el presidente Mohamed Mursi, el islamista elegido democráticamente que aspira a imponer la ley islámica en Egipto, o el presidente Hosni Mubarak, antiguo dictador expulsado del poder por intentar iniciar una dinastía? Las recientes acciones de Mursi brindan la respuesta, demostrando que los islamistas son aún peores que los dictadores. Creo que hay que hacer varias puntualizaciones. En primer lugar, los islamistas son «dictadores a lo grande» que no se moderan al llegar al poder, sino que se atrincheran, construyendo los cimientos para permanecer en la Administración de forma indefinida.
En segundo, los ideólogos descuidan la seguridad y el empleo en favor de la implantación de las leyes islámicas. Los dictadores avarientos, en contraste, faltos de ideología y de visión, carecen de una imagen de sociedad y por tanto se les puede convencer de impulsar el desarrollo económico, las libertades personales, un proceso político abierto o el Estado de Derecho (Corea del Sur, por ejemplo). Por el momento, la Hermandad Musulmana y Mursi han seguido este guión con exactitud. Desde que llegó al poder en agosto, Mursi ha marginado al Ejército y luego puso el acento en asentar y ampliar su supremacía, sobre todo a base de decretar una serie de órdenes ejecutivas en las que se adjudica poderes autocráticos y a base de difundir teorías conspirativas sionistas acerca de sus rivales. A continuación, sacaba adelante a rodillo una Constitución de orientación islamista y convocaba un referéndum. Absorbido por estas dos tareas, ignora la multitud de cuestiones que afligen a Egipto, en especial la inminente crisis económica y la ausencia de liquidez para pagar los alimentos importados. El precio del butano se ha disparado en dos ocasiones desde que Mursi llegó a la Administración. La apropiación de competencias por hizo que los egipcios antiislamistas unieran fuerzas como el «Frente de Salvación Nacional» y plantaran cara a los islamistas en los disturbios callejeros más violentos registrados en seis décadas, obligando al presidente a retractarse parcialmente de sus decretos. Irónicamente, tras marginar al Ejército, la extralimitación de Mursi generó el clima que devuelve la autoridad final a los generales, que pueden intervenir en su defensa o en su contra. Al elegir a simpatizantes islamistas como altos mandos y ofrecer al Ejército privilegios en el seno del texto constitucional propuesto, con toda probabilidad se ha ganado su apoyo. La ley marcial parece ser el próximo paso.
En cuestión de sólo tres meses, Mursi ha demostrado aspirar a poderes dictatoriales mayores que los de Mubarak y que su Gobierno promete ser para Egipto una catástrofe todavía mayor. Ha demostrado que los dictadores son mejores que los islamistas electos. Los occidentales deben dar carpetazo a los dictadores ideológicos como los islamistas al tiempo que presionan a los dictadores para que permitan el desarrollo de la sociedad civil. Eso ofrece la única vía de salida de la falsa elección entre las dos formas de tiranía.
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