Ángela Vallvey
e-bar
Umberto Eco ha publicado recientemente una novela sobre periodistas, aprovechando para asegurar que «las redes sociales otorgan el derecho a hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solamente en el bar, después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces, eran silenciados rápidamente, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas». Eco asegura que el «tonto del pueblo» se ha convertido en portador de la verdad. Afirmaba Renato Descartes que «la lectura de todo buen libro es como una conversación con los hombres (sic) que lo han escrito, los más dignos de las edades pasadas, una conversación selecta en la cual nos descubren sus mejores pensamientos». Hasta hace poco, eran el libro, y la prensa de papel que muchos añoran, los métodos que acaparaban la transmisión del saber. Ni en los libros ni en la prensa podían intervenir los «tontos del pueblo» que menciona Eco. Para publicar un libro, o un artículo, hacía falta poner en ellos «los mejores pensamientos», que diría Descartes, y no todo el mundo podía producirlos. O sea, que ni los libros ni la prensa eran «democráticos» en el sentido que hoy damos al concepto: esto es, que en ellos no podía participar «cualquiera». «El tonto del pueblo» ni tan siquiera tenía acceso a las secciones de «cartas al director» de la prensa, que recibían incontables misivas que iban directamente a la papelera. Hoy, todas esas cartas que antaño se tiraban, se publican en internet, al pie, y en pie de igualdad, con cualquier «firma» más o menos reputada, reemplazando a esas buenas conversaciones con autores exquisitos, que refería Descartes, por una charla de bar «global» (e-bar), ruidosa, atropellada, muchas veces colérica, alegremente rebosante de incorrecciones gramaticales y palabrotas. Aldea global, no: tugurio global, e-garito.
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