Ángela Vallvey

Ejemplos

Está claro que una cosa es predicar la moralidad y otra ser ejemplo de ella. Los españoles tenemos tendencia a criticar al vecino, quizás haciendo aspavientos y escarnio de sus defectos a pesar de que tenga carencias que nosotros mismos poseemos, pero multiplicadas por veinte. Si bien, incluso los más probos ciudadanos tienen dentro de sí unos gramos de secreta maldad, de mezquindad, de faltas. La diferencia con los abiertamente indecentes es que consiguen mantener la tacha oculta, a veces de por vida. Lo que no deja de resultar loable y constituye un signo de incuestionable excelencia. Nadie es perfecto, claro. El corazón humano tiene frunces y dobladillos que demuestran que somos mortales. Nada más, y nada menos. El sabio que aconsejaba «conócete a ti mismo», seguramente sabía lo dura que resulta tamaña experiencia. En ese sentido, lo único que puede congraciarnos con nosotros mismos son nuestros actos. Lo decía André Malraux: «... Para mí, ¿qué soy?... Una afirmación de loco. Para los demás, soy lo que he hecho». Nada menos.

Se cuenta que a mediados de los años sesenta un periódico irlandés se propuso averiguar quién era el ciudadano más sobrio y virtuoso de la siempre verde y bella Éire. La redacción recibió multitud de cartas de postulantes a llevar el magnífico título de ciudadano ejemplar. Entre todas ellas se hizo famosa la siguiente misiva: «Yo, ni fumo ni pruebo una gota de alcohol. No juego, guardo fidelidad absoluta a mi esposa, sin permitirme jamás mirar a otra mujer; trabajo mucho, no voy a los antros de perdición, me acuesto temprano y me levanto al amanecer. Asisto puntualmente a la capilla todos los domingos... Llevo esta vida, a rajatabla, desde hace cuatro años, y ya veremos lo que ocurrirá a partir del año que viene, cuando me pongan en libertad».