Cristina López Schlichting
El 155 por pendón
Sería una verdadera victoria de España y la Constitución que Carles Puigdemont se retractase de la declaración de independencia. Las consecuencias inmediatas serían, uno, la consolidación de la fractura en el frente independentista; dos, la vuelta de la antigua Convergencia a posturas razonables y, tres, una nueva derrota flagrante del secesionismo. Nuestro país habría demostrado que la realidad de la economía es más influyente que el mito y la caverna tribales.
Ocurre, sin embargo, que hay quien a toda costa quiere la implementación del 155, pero no hay que olvidar que el artículo plantea muchos problemas. Hay que descabalgar a las autoridades locales, y eso nunca sienta bien y genera más rencor. No se descartan problemas de orden público. Sería una pena que la soberbia encegueciese al president y lo moviese a inmolarse para pasar a la Historia. Igualmente habría derrota independentista... pero por las malas.
Habrá quien me diga que llevamos décadas temiendo la reacción nacionalista y permitiendo con ello su envalentonamiento. Es verdad, pero no es preciso seguir haciéndolo. Lo que sobra en Cataluña no es autogobierno, sino delitos. Lo que a partir de ahora hay que practicar es, simple y llanamente, la ley. Un maestro no puede dar consignas nacionalistas ni hacer llorar con ellas a un niño de cinco años. Ni aquí ni en Huelva. Una radio pública no puede utilizarse para emitir cuñas a favor de un referéndum ilegal, ni en Barcelona ni en Oviedo. El idioma no puede ser una excusa para que un cirujano no pueda operar en Vall de Hebrón. En toda España ha de ser posible vivir en español también. No puede haber organizaciones paraestatales que se pongan a la altura de los gobiernos, como ha ocurrido con ANC y Omnium Cultural, financiadas desde la Generalitat y empresas como la Caixa. Y, finalmente, un cuerpo de seguridad como los Mossos no puede escoltar los tractores de una revuelta popular ni blindar las algaradas.
Para desmontar todo eso no es preciso el 155, bastan los jueces. No necesitamos descerebrados de la Asamblea Nacional organizando «resistencia civil pacífica» a las órdenes administrativas. Bastante tendremos con hacer pedagogía cuando los magistrados empiecen a sentenciar y a imponer la ley en Cataluña.
Estoy deseando volver al Pirineo catalán y ver la señera y la bandera nacional en los pueblos en lugar de la estelada, pero basta con una multa severa. Lo mismo que me hacen a mí cuando me salto los límites de velocidad. El cumplimiento de la ley en el territorio nacional debe ser a partir de ahora una prioridad.
Entretanto, me parece que algunos se levantan con ánimo épico cada mañana. Claro que suelen emitir sus exabruptos desde los cómodos sillones del despacho desde el que escriben o los estudios y platós que les acogen. Vete tú a ponerte luego en el pellejo del vecino constitucionalista de la escalera del barrio de Barcelona, acogotado por los independentistas coñazos, que harán del 155 y la «ocupación del Estado» su nueva enseña de batalla.
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