Alfonso Ussía

El acomodo

El futbolista del Real Madrid Di María ha sido expedientado por interpretar un grosero gesto cuando abandonaba el terreno de juego del Santiago Bernabéu. Había jugado bastante mal, como en él es costumbre, y el entrenador creyó oportuno sustituirlo. Fue entonces cuando se palpó las industrias. Según el jugador argentino lo hizo para «acomodarse» el pirulí, pero al Real Madrid la justificación se le antoja escasa de contenido. Por otra parte, se hallaba a menos de cinco metros del túnel por el que se accede a los vestuarios, y resulta chocante que la incomodidad transversal de su cacharro, probablemente escorado como consecuencia de un regate o un escorzo muelle, fuera tan insoportable y demandara tanta urgencia de acomodo para recuperar la confortable situación natural. En menos de dos segundos podría haberlo intentado sin necesidad de protagonizar tan sospechoso gesto ante cien mil personas y las cámaras de televisión.

En el decenio de los sesenta del pasado siglo, por noviembre era, se representó en Cabra una versión del «Tenorio» de Zorrilla, que es mucho más entretenido que el de Tirso de Molina. Los actores eran todos egabrenses. Sea recordado el consejo de Muñoz Alonso al ministro Solís cuando éste quisó fulminar la asignatura de Latín del Bachillerato. «No se empecine en eliminar el latín, porque gracias al latín, señor ministro, ustedes los de Cabra se llaman egabrenses». En fin, que todos eran egabrenses y actores aficionados, y se dio la paradoja o casualidad de que el actor que encarnaba a Don Juan estaba perdidamente enamorado de la actriz que hacía de Doña Inés. En la escena del sofá, Don Juan se puso tórrido, y se produjo involutariamente un creciente abultamiento en el entrepernil del seductor. El beso apasionado de Doña Inés resultó catastrófico para Don Juan, que ya no podía ocultar el desmesurado bolondrio que le surgía bajo las calzas. Y siguió recitando mientras se acomodaba con una mano la impertinente exaltación viril. Pero la cosa no menguaba. Seguía en crecimiento, y fue un espectador de gallinero el único que se atrevió a darle consejo, a gritos naturalmente: ¡Don Juan, no te «jurgues», que es peor!

Di María se hurgó donde no tenía que hurgarse y ante millones de espectadores, presentes en el recinto o asistentes a través de la televisión. El caso del Don Juan de Cabra estaba perfectamente justificado. La cercanía, la pasión, el beso, el calor del abrazo y los versos de Zorrilla. Pero Di María no contó con tantas y tan comprensibles excusas indulgentes. Se palpó el mingorrio porque le salió del mismo hacerlo, y quedó a merced de su propio ridículo. Fue irse con el asunto acomodado y el Real Madrid metió tres goles.

En el Real Madrid pasan cosas raras en ese apartado de la vida. Michel le acomodó a un contrario, creo recordar que al colombiano Valderrama, el chisme de Bogotá durante la estrategia de un saque de esquina. Y Butragueño, siempre tan comedido y prudente, al disputar un balón a un fornido defensa adversario, provocó una holgura en su blanco pantalón, mostrando sin voluntariedad un misil tan aparatoso, que el gran Jaime Campmany lo consideró digno de sus juegos verbales, adjudicándole voz por derecho propio. «Y entonces el nudista se dio la vuelta y nos enseñó el butragueño».

No tiene razón Di María cuando se queja de persecución periodística. A partir de ahora, su inoportuno «acomodo» le va a resultar incomodísimo. Le vendría bien un cambio de aires.