César Vidal
El «aliado» turco
El año pasado, 2014, la aviación militar de Turquía –un miembro de la NATO gobernado por un presidente islamista– violó el espacio aéreo griego más de dos mil veces. Tan sólo el miércoles de esta semana lo ha hecho en una veintena de ocasiones. Sin embargo, también esta semana, alegando que un avión ruso había entrado en sus cielos, las autoridades turcas procedieron a derribarlo. Pocos casos de mayor desvergüenza se han producido en los últimos tiempos en el terreno fangoso de la política internacional. Verdad es que las motivaciones turcas aún son más embarradas. Desde hace años, Turquía ha sido un colaborador innegable del grupo terrorista ISIS. No sólo es que ha machacado despiadadamente a fuerzas que lo combatían sino que además ha participado en la comercialización del crudo que los terroristas extraen en Iraq y venden al mundo. Esos inmensos convoyes de petróleo que nadie ha bombardeado hasta la llegada de los aviones rusos a Siria acababan llegando a territorio turco y desde allí, en barcos de pabellón también turco, salían hacia otras naciones. Puede que las autoridades turcas sean simplemente estúpidas y no se hayan percatado de lo que sucedía, pero las pruebas, publicadas una y otra vez por los medios y organismos internacionales, resultan irrefutables. Por añadidura, Turquía está metida en el cruento cenagal sirio por razones que a nadie se le escapan. Erdogan sueña con un desmembramiento de Siria –no es el único, todo hay que decirlo– para quedarse con un pedazo de su territorio. A partir de ahí, el islamista turco tiene que mirar con los peores ojos a un personaje como Putin que está triturando a ISIS desde el aire, que apuntala a Assad y que impide, por lo tanto, que Siria sea descuartizada como un pollo. A partir de ahí, se comprende que Erdogan haya provocado a Rusia con la intención de que la NATO lo arrope y acabe con el proceso de aniquilación de ISIS llevado a cabo por Putin. A partir de ahí, no puede caber duda alguna de que Turquía no debe bajo ningún concepto entrar en la Unión Europea porque significaría aceptar su aniquilación a manos del islam. Es una nación cuya cultura y cuyo territorio rezuman belleza y que, personalmente, me fascina, pero ha dejado de ser un aliado fiable desde hace mucho. Me dicen que los centenares de miles de turistas rusos que la visitaban no seguirán haciéndolo. No me sorprende lo más mínimo. Es lo menos que se merece.
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