Francisco Nieva

El buen gourmet literario

Ya he tratado en muchas ocasiones de «lo raro» en literatura. Ahora voy a tratar de aclarar cuáles son su resortes más específicos. En primer lugar, la sorpresa; en segundo lugar, el irracionalismo; en el tercero, el anacronismo. Estamos leyendo una literatura para adultos que arbola la lógica de los cuentos de hadas. Hay que cambiar de clave e identificarnos familiarmente con lo maravilloso y lo raro de «Las mil y una noches». Mucho de maravilloso y de raro tienen el Macondo y los personajes de García Márquez. Y nada digo de Italo Calvino, que tanto analizó, glosó y aprendió del cuento popular italiano. Todo tiene como una raíz surrealista y todos los libros raros participan de esa cualidad, desde Orlando furioso, Gargantúa y Pantagruel, Gulliver, Tristram Shandy, Alicia a través del espejo y tantos más.

Cierto que también esa cualidad tiene sus épocas y sus momentos en el vasto panorama de la literatura, cuando el lector se fatiga de tanto racionalismo y busca algo más. Pero todo tiene que llegar a su tiempo. Hay empecinados lectores españoles que piensan que les están tomando el pelo cuando la literatura se distancia de lo verosímil y lógico, con lo cual se privan de conocer y gustar muchas obras maestras, auténticos puntales del arte narrativo. Se privan de las sagas caballerescas del Rey Arturo y sus huestes, de las sagas fantásticas y poéticas, euroasiáticas e irlandesas.

El buen lector no puede ser tan radical y colgarse del realismo como drogadicto literario. Si no reclama más novedad y rareza es un conformista de todos los diablos, casi un minusválido mental o –menos grave– un espíritu más bien pueril. El buen gourmet lo prueba todo y de todo gusta de manera bien gratificante, si está bien cocinado y bien merece sus elogios.

El genial Italo Calvino gustó y aprendió del cuento popular italiano, como Lorca del irracionalismo poético de la canción andaluza. ¡Cuán raros y dignos de aprecio son «El poeta en Nueva York» y sus últimas piezas teatrales! Termino afirmando que, por fortuna, el lector artista también existe en cantidad, para consuelo de muchos creadores literarios.