Alfonso Merlos
El caradura
Hay que tenerla de hormigón armado. La cara. Hay que tener la voluntad clara de obstruir, zancadillear y, en definitiva, de hacerle la vida imposible a la Justicia. Es en lo que está Blanco. Cualquiera podría pensar que asistimos a la estrategia impepinable de cualquier defensa para evitar la condena del imputado/procesado de turno. Pero esto es otra cosa. Estamos en otro nivel.
Estamos hablando de un ex ministro, del hombre que fue encumbrado en su momento a la vicesecretaría general del PSOE. Estamos, en última instancia, ante un político de primerísima división –por ínfima que sea su calidad y su competencia–, que por ende debería tener sus bolsillos de cristal. ¡Pero qué va!
Lo que en realidad tiene el de Palas de Rei es más miedo que hambre. Es propio de un cobarde y de un pigmeo aparecer dos años después, y a estas alturas de la película del «caso Campeón», con la peregrina excusa de que si se investigan sus cuentas bancarias se estará vapuleando la privacidad de su mujer. ¿Por quién nos toma el factótum socialista? ¿Qué concepto tiene de jueces y fiscales? ¿Entiende que estamos dispuestos a chuparnos el dedo quienes no confiamos en otra cosa que no sea el esclarecimiento de la verdad en un caso sucísimo que tiene al fondo tejemanejes y presuntos delitos que rayan el cohecho y el tráfico de influencias?
Llamemos a las cosas por su nombre. Blanco, a través de su abogado, se está comportando como una persona descarada, atrevida, sinvergüenza. Y se está condenando. Sin juicio. Porque son hoy los políticos los que deben ir un paso más allá que el resto de los mortales para desnudar sus bienes, sus patrimonios, sus gestiones, sus movimientos y todo cuanto afecta a su eventual enriquecimiento. El que casi todo quiere tapar, casi todo tiene que ocultar. ¿Por qué? Por lo que todos sospechamos. En lo que todos acertamos. ¿O no?
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