Lucas Haurie

El Cervantes

Camilo José Cela, Premio Nobel antes que Cervantes, dijo del más importante galardón literario de la lengua española que «estaba putrefacto». Eso fue antes de que se lo concedieran, pues estaba seguro de que los socialistas jamás le perdonarían su criterio libérrimo ni su pertenencia a la AEPI, acrónimo de la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes erigida como dique contra el último felipismo, que fue rebautizada como «Sindicato del Crimen» por el diario adicto y por Rubalcaba, que ya zascandileaba en las cloacas del poder. Se equivocó el marqués de Iria Flavia porque Carmen Alborch le colgó el medallón para cerrar su trienio en el Ministerio de Cultura con unos premiados nada sospechosos de izquierdistas: Delibes, Vargas Llosa y el padre de Pascual Duarte, en demostración de que el socialista sólo es sectario cuando sufre alergia a las letras, como cualquier hijo de vecino. Primer andaluz desde Francisco Ayala (1991) en ganar el Cervantes, si es que tiene patria chica un jerezano nacido de cubano y francesa, a nuestro Caballero Bonald le extrañó la distinción por producirse «bajo un Gobierno del Partido Popular». No le hace justicia la pulla al ministro Wert, el único miembro verdaderamente ilustrado del gabinete de empollones que preside Rajoy. Porque nada tiene que ver sacarse una oposición de abogado del Estado o de registrador de la propiedad con poseer sensibilidad cultural. Quizás don José Manuel haya querido mantener hasta en el agradecimiento su fama de indomable. Dicho lo cual, honra él al premio con su distinción y no al revés.