Alfonso Merlos

El charco

No por previsible deja de ser un fraude. Indignante y decepcionante. Con mayúsculas y entre signos de exclamación. Entra en la lógica que en un sistema institucionalizado de corrupción, tráfico de influencias, fraude, malversación y cohecho al por mayor, antes o después, los casos ayuntamiento por ayuntamiento, consejo comarcal por consejo comarcal afloren y no puedan ser tapados. Porque la pestilencia es insoportable. Porque la gravedad es extrema. Porque la tapadera termina saltando.

Estamos ante el legendario, cateto y mafioso club del 3 por ciento. Ante los grupos de interés que se tapan mutualmente las vergüenzas y las comisiones. Ante los bribones que entienden que no hay problema en expoliar al contribuyente si no se entera, o si se comporta como el rebaño al que a base de palos se le lleva en la dirección que conviene al pastor. Monte a través.

No es que volvamos a las andadas. Es que el patético y antidemocrático intercambio de reproches de hace un lustro entre Mas y Maragall adquiere su expresión plena y su dimensión más aplastante. Y es que ese flujo bastardo de chanchullos y favores entre separatistas y socialistas no ha dejado de correr. Así funciona el «establishment». Esencialmente, cuando entiende que tiene al electorado anestesiado y en cautiverio. Especialmente cuando sabe que esa aborregada masa nunca reaccionará como reaccionan los ciudadanos libres: levantándose en la defensa de sus derechos, intereses y cuartos.

Hay que depurar un putrefacto charco. Y hay que hacerlo ya. La Justicia debe limpiar definitivamente esa acumulación de agua sucia, pestilente y campestre. Caiga quien caiga. Y aun sabiendo quiénes son los que deben hundirse en el fango: los que han levantado a espuertas dinero que debería estar en el bolsillo del contribuyente; los que lo han hecho teniendo como única meta forrarse y como solitario principio de actuación el odio a todo lo que representa España y los españoles. ¡Pobre país!