José María Marco
El corazón de la democracia
A principios de los años noventa oí decir por primera vez que la financiación de los partidos políticos era una bomba de relojería colocada en el corazón mismo del sistema democrático. No era la primera vez que eso se escuchaba, y desde entonces se ha ido convirtiendo en un mantra repetido una y mil veces... sin que nadie sacara las consecuencias. Ha hecho falta una crisis económica que ha afectado a la gestión de los dos grandes partidos nacionales para que la cuestión haya pasado a primer plano. Y lo ha hecho como todos sabíamos que iba hacerlo, como un gigantesco problema de corrupción del que no está libre ninguno de los partidos que han gobernado las instituciones de nuestro país en los últimos años.
El penúltimo ejemplo era el de las tarjetas de Caja Madrid. Ha resultado particularmente corrosivo porque deja ver hasta el detalle más sórdido los caprichos en los que los miembros de la elite política madrileña se gastaban un dinero que no era suyo, más exactamente, que era de los pequeños ahorradores, los clientes más usuales de una caja de ahorros. Además, ha quedado claro que las tarjetas (es decir, los caprichos) estaban destinadas a pagar favores políticos. Puede que los responsables políticos y sindicales no supieran en qué se gastaban el dinero de los demás sus representantes en Caja Madrid. No podían ignorar, en cambio, lo que quería decir su presencia en el Consejo.
Ha quedado demostrado que las instituciones han servido para el enriquecimiento de los partidos y los sindicatos, es decir, para el medro de políticos y sindicalistas. Las detenciones de ayer en Madrid (el caso de Cataluña es aún más grave) no van a cambiar esta convicción, al revés. Está bien que se planteen grandes medidas legislativas para impedir que estos hechos vuelvan a suceder. Aun así, es posible que restablecer la confianza tenga que llevar aparejada una forma distinta de pensar la relación con lo público, las formas en las que se organiza la representación social y, muy evidentemente, la selección del personal político, que no puede seguir siendo una máquina para escoger a los peores. Se equivocará quien piense en términos puramente éticos y haga frases campanudas sobre la ejemplaridad y los valores. El problema planteado es de orden político, de división clara de los poderes, así como de transparencia, reparto y devolución del poder a las instituciones y a la sociedad. Habrá quien hable de los ciudadanos y no se equivocará del todo.
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