Alfonso Merlos

El cuarto Rey Mago

No. No se comportaban como niños. Lo hacían como auténticos golfos. No hay límites a lo que capítulo a capítulo está desvelando LA RAZÓN: ni más ni menos que un estado de corrupción escandaloso y clamoroso en el cogollo de las élites sindicales, madurado durante años. El reino de la opacidad, el imperio de la desvergüenza, el paraíso de la impunidad, el jardín de las chorizadas. Porque esto no tiene otro nombre.

Es evidente que un puñado de fariseos, de falsos apóstoles de la hoz y el martillo, no se han privado absolutamente de ningún capricho cuando los currantes de verdad estaban pasando las de Caín en este país. No tenían bastante con los festivales gastronómicos en marisquerías varias, asadores de primer nivel o populares chiringuitos de playa; tampoco, por lo visto, con llevarse calentitas unas dietas algebraicamente trazadas, fraudulentamente ingresadas. Necesitaban el caramelito. Como si Méndez fuese un cuarto rey de Oriente, con barba canosa y algo rechoncho para subirse al camello, al que no importara atracar a los contribuyentes para llenar las bolsas de regalitos y dejarlas junto a los zapatos de sus vividores camaradas. Pero no es sólo grave que estos sultanes se hayan pegado la vida padre a costa del sudor de los trabajadores que se han estado deslomando y pagando impuestos como cosacos durante la crisis. Lo intolerable es certificar cómo, presupuesto tras presupuesto, subvención tras subvención, los socialistas apoltronados en la Junta no han sometido a control las ayudas. Mientras estos señoritos de UGT tiraban el dinero a manos llenas, las huestes de Chaves y Griñán miraban al cielo, al suelo y silbaban. ¡¿Qué clase de responsabilidad en el ejercicio del poder es ésta?!

Bien está que los medios denuncien abusos y arbitrariedades de toda índole de estos líderes proletarios que no pasan de la categoría de granujas y estafadores. Pero poco haremos sí quienes distribuyen la riqueza que creamos los españoles no cierran el grifo que sigue regando a estas elitistas centrales mientras siguen sin dilucidarse en los tribunales las faltas y delitos que han perpetrado. Presuntamente. Sin mesura y sin freno.