Alfonso Ussía

El debutante

Winston Churchill, que también fue un mayúsculo escritor, publicó en el decenio de los veinte del pasado siglo un libro dedicado a sus grandes contemporáneos. No otro era el título, «Mis Grandes Contemporáneos». Dedica un capítulo, extenso y generoso al Rey Don Alfonso XIII, al que consideraba excesivamente inteligente para permanecer a espaldas de la política en una nación socialmente convulsa, que así era España. Pero ante todo, admiraba su capacidad para ser el Rey de treinta millones de reyes. «En cada español, hay un rey oculto, individual, orgulloso y en muchas ocasiones, poco comprensivo. Ser Rey de España es mucho más difícil que serlo de Inglaterra».

Esa «millonarquía» española sale a relucir, Navidad tras Navidad, con el discurso de Nochebuena del Rey. Hasta el pasado año, de Don Juan Carlos I, y en esta ocasión, de Felipe VI, que debutaba. Lo seguí con atención y me pareció un gran discurso. Firmeza ante la corrupción, la unidad de España, la regeneración política e institucional, el paro y la angustia de millones de familias españolas. En quince minutos no se pueden tocar todas las teclas de la sociedad. He leído muchos comentarios acerca del discurso del Rey, y Churchill tenía razón. «Sin Bandera y sin Nacimiento». «Sobraba el Nacimiento». «No se ha referido a las Víctimas del terrorismo». «Poco cariñoso con su padre». «No ha mencionado a la Infanta Cristina». Un rey para cada opinión.

También hay un rey en mí, porque soy español hasta las cachas. Y puedo opinar, que todavía vivimos en un sistema libre y democrático. El «todavía» no se me ha escapado ni tiene carácter anecdótico. España padece una enfermedad contagiosa que se llama estalinismo. Es falso el arresto a la Bandera. Estaba la Bandera, menos visible y quizá erróneamente ubicada en el rincón de los complejos. En una mesa, ante la fotografia del día de la abdicación a la Corona de Don Juan Carlos, destacaban las figuras, un tanto tristes y deslavazadas, de un Portal de Belén. No habló de las víctimas del terrorismo, pero sí lo hizo de los problemas que en las últimas encuestas preocupan más a los españoles. La corrupción, el paro, Cataluña y la regeneración política. En mi caso particular, me decepcionó que no hiciera mención alguna a mi último libro del marqués de Sotoancho, olvido que se me antojó claramente malintencionado.

El Rey habló muy bien. Y resultó convincente. Seguí su discurso rodeado de cincuenta familiares, de cincuenta reyes con sus cincuenta opiniones. No todos estaban a su favor en el principio de su monólogo. Su inicial animadversión se transformó en una aceptación general. «No habló de la Infanta Cristina». Insisto, que tampoco de mi libro. La Infanta Cristina se va a sentar en el banquillo porque a un juez le ha divertido hacerlo, pero mientras no se demuestre lo contrario, es inocente. No tenía que nombrarla para nada. Estuvo cordial y contundente con Cataluña, recordó que la Constitución nos hace soberanos a todos los españoles por igual de los territorios de nuestra Patria. Calificó con dureza la cifra del paro, y anunció con firmeza la regeneración política. El Rey es más frío que su padre, del mismo modo que su padre es más frío y distante de lo que era Don Juan. Cada uno, a su estilo. Pero no pueden pretender los españoles que en todos los años y en quince minutos el Rey satisfaga, agrade y convenza a cada uno de los millones de reyes de España. En los momentos más terribles del terrorismo, Don Juan Carlos dedicó muchos minutos acumulados año tras año dedicados a las víctimas y sus familiares. El Rey se ha podido equivocar omitiendo sus tragedias, pero ha hecho hincapié en otras circunstancias dramáticas. No significa esa omisión nada que tenga que ver con el olvido.

Para mí y mi rey particular, Felipe VI debutó con indiscutible éxito de público y aceptación, aunque no hablara de mi libro ni de los deportes rurales vascos, que son muy importantes para los vascos y los que amamos aquellas tierras maravillosas. Pero tampoco se refirió a la sardana, el chotis, la jota y las sevillanas rocieras. No por ello es justo distanciarse de su discurso, que fue magnífico y de Rey.