La investidura de Sánchez

El día de la marmota

La Razón
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Un crítico teatral famoso por su temible rigor publicó en un diario nacional su reseña de un estreno: “Anoche se estrenó en el teatro X la última obra de Fulano de Tal: ¿Por qué?” No necesitó más espacio ni argumentos para hundir un dramón impresentable.

De Pedro Sánchez pretendiendo su investidura cabe la misma interrogante: ¿por qué? Porque para presidir el Gobierno no será, pese a unas negociaciones previas que son ignotas o fútiles. Para entender su empeño habremos de considerar que este proceso de investidura no es más que un escenario para dotar de musculatura política al perdedor de las últimas elecciones y ayudarle a mantener el machito en el próximo Congreso Federal socialista.

Si así fuera se le comprende, pero podía habernos ahorrado dos meses de misterios de guardarropía. El mal equipo que le arropa ha vuelto a fallarle aportándole un listado monocorde de problemas que estrangulan España hasta asemejarla Sudan del Sur con750.000 familias (millones de personas) sin asistencia alguna ni mendrugo en la mesa.

Su enemigo íntimo, Iñigo Errejón, ya le ha dicho que ha hecho un discurso de cortar y pegar. En modo alguno subió al arengario un hombre de Estado para hablar de España y sus circunstancias. Los asesores de Sánchez podían haberle dado a leer el discurso de Linconl en Gettysburg que en trescientas palabras ha traspasado las generaciones con una pieza oratoria moral. Admitiendo que su investidura se remite a la fábula de la zorra y las uvas, Sánchez podía haberse colocado por encima del bien y del mal y haber propinado una filípica a toda la clase política, incluido el mismo, pero grandeza de ánimo no gasta el Secretario y se basta con infatuar su joven estampa de baloncestista, aunque le falle la imprescindible visión lateral. Con el respeto debido a quien ha afrontado el trance de poder ser el primer político que pide una investidura y se la niegan, es preciso un poco de humor inevitable porque Sánchez en calzones sería un clon de un Jefe de Centuria, sentado junto al fuego del campamento, ilustrando a los chicos del Frente de Juventudes sobre los luceros que brillan sobre nuestro futuro bienestar absoluto en “una España alegre y faldicorta”. Dependencia (un globo de Zapatero sin financiación y dejado al albur de cada Autonomía). Terrorismo machista y maltrato animal (a ver como coarta la violencia de la especie). Buenismo ante la emigración (sin consideración al drama europeo). Cierre de nucleares a los 40 años (anticientífico y para comprar energía atómica a la nuclearizada Francia), Otra reforma laboral (¿ es mentira que la actual ha creado puestos de trabajo aunque sean de baja calidad?). Igualdad salarial de género (¿por qué no funciona la Inspección de Trabajo ni con socialistas ni populares?). Supresión de la prisión permanente revisable (guiño progre a los franceses, patriotas de las libertades, que la mantienen desde la abolición de la pena capital y con gran consenso social como en otros países europeos). Chapuzón de vergüenza ajena en la cursilería de los Master Chef y la conjunción de los sabores. Y brillante silencio medroso sobre las pobres Diputaciones Provinciales convertidas paletamente en la caja de cambios de la política nacional. Sánchez no ha querido la contabilidad de lo que nos propone, presumiblemente porque no se la han hecho y no sabe con qué va a pagar la piñata para todos los públicos que regala. Probablemente la pagaremos los contribuyentes. Casi coincide Sánchez con el día de la marmota que es el dos de febrero en Estados Unidos y Canadá. Si el simpático y dormilón roedor husmea un viento u otro el invierno se acaba o dura seis semanas más. El proyecto de Sánchez tiene la misma fiabilidad. “¿Por qué no lo hacemos la próxima semana?”, salmodia el orador: pues porque tienes solo 90 escaños y acabas de conseguir el peor resultado electoral en la historia del PSOE. Por lo demás, su mantra recurrente sobre el arrojo a las tinieblas exteriores de la media España del PP y sobre la figura de Rajoy como enemigo de los españoles es una apuesta peligrosa, cainita, infantil y patética.