Francisco Nieva
El diablo en el campanario
Así se titulaba una primera ópera de Claude Debussy –sobre un argumento de E. A. Poe– que nunca terminó: «Le diable au clocher». Título que me viene a la memoria considerando los problemas del Vaticano. Doy por válido este artículo de opinión, lo mismo antes que después de cualquier resolución del último cónclave celebrado. Durante el paganismo, el demos no era todavía Satán; hubo demonios menores, pero el cristianismo lo entronizó y consagró definitivamente como idea del mal absoluto. Tras la muerte del Gran Dios Pan, que representaba la naturaleza en toda su prolija extensión, el demonio reinó sobre los hombres durante 16 siglos más en toda la cultura occidental, en el orbe católico. En el que se encendieron numerosas hogueras para quemar en racimo a sus numerosas esposas, las brujas. La Inquisición española se llevó la palma en hogueras, en las que perecieron una inmensa multitud de herejes, moriscos, judaizantes y científicos. En las Cartas de jesuita he llegado a leer: «Ayer se quemó en la Plaza Mayor a un individuo, por geómetra».
Pero cuantitativamente, se quemaron en Alemania muchas más brujas que aquí. A todo hay quien gane. El holocausto de la bruja fue muy general y América del Norte no se libró. Pero, en la cultura cristiana, el demonio siguió viviendo, no se le pudo exterminar del todo. El pueblo analfabeto y supersticioso lo mantenía en plena salud. Hasta en los cuentos de Calleja que me regalaban de chico el demonio era el coprotagonista más recurrente. El héroe o la heroína del cuento salen de casa y en un recodo del camino, cátate que, indefectiblemente, el demonio les sale al paso para proponerles algún atractivo negocio, con el que se harán ricos y poderosos. Así comenzaban casi todos. Nada más impresionante se encontraba que el diablo para impresionar o inquietar a un infante católico. Ninguna variedad. Tanto se repetía el recurso que yo llegué a tomarle cierta simpatía y jugaba a invocarlo: - «¡A ver si te apareces de una vez!».
Nuestra reina Isabel II, que también era casi una niña analfabeta, lo tuvo siempre muy presente, invocado por sus consejeros, el Padre Claret y Sor Patrocinio. Lo que no incidió para nada en sus veleidades sexuales. ¡Cuántas damas se le parecieron! Hasta mi tía Carlota, rica mayorazga, que era muy devota, murió discutiendo aterrorizada con él: - «No me toques, aléjate». ¡La pobre criatura, la virgen cuarentona, inocente y atormentada! Sin embargo, para mí, el demonio era cosa de cuento. Mis padres, ya muy progresistas, nunca le concedieron tanto crédito. Era no más que un símbolo grotesco del mal, con cuernos y rabo. Pero Satanás siempre fue alguien en la vida de muchos creyentes ortodoxos y conservadores. Mas el gran símbolo católico ahora parece resucitar metiéndose en la Casa de Dios, escalando su más encumbrado campanario, y abrumando con su presencia a uno de los Papas más inteligentes y más torturados por su abominable poder. El gran tentador se adueña de la Curia. Si sus más antiguas víctimas eran las brujas, ahora pudieran ser los monaguillos. Un importante sector de la Curia se ha convertido en Barba Azul.
Es de imaginar lo que para el sabio Ratzinger supone descubrir la impureza, la hipocresía y el silencio cómplice de toda la grey sacerdotal que viene minando a la Iglesia, algo que reclama profundas reformas, una histórica conmoción. Comprueba que, para su edad, una senil impotencia le impide ya actuar como un Papa revolucionario –un Papa milagro– que logre desalojar al diablo del campanario vaticano. Este es el meollo de la cuestión. Una nueva reforma. ¡Ahí es nada! La profunda fe que siempre animó a Ratzinger sufre una terrible agresión, que lo debilita y le sume en una lamentable incapacidad de acción. Este Papa teólogo, que ha tratado de racionalizar su fe, marca un punto de inflexión conflictivo y determinante para la Iglesia. Quedará memoria de su existencia, de su problema y de su retiro en oración.
No es otro el secreto. El trágico conflicto ante el que se encuentra tiene dimensiones que le sobrepasan humanamente, y ha dado muestras de una santa y ejemplar modestia. Inaudito acontecimiento en la cristiandad. Ha dicho que se retira para rezar. Que los verdaderos y sinceros creyentes recen por él, para que su espíritu encuentre la paz, socorrido por su profunda fe. ¿Un Papa extraordinario le va a tirar del rabo a ese okupa satánico del más alto campanario de la cristiandad? El desalojo más comprometido y conflictivo de nuestro tiempo.
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