Enrique Miguel Rodríguez
El difícil éxito infantil
El sábado pasado, cuando entré a la sección de maquillaje de «Se llama copla», pregunté quién iba a cantar o a bailar de invitado. Me hicieron señales. Una bella joven a la que estaban maquillando era la que iba a dar el cante. Me la presentaron como María Isabel. Pensé que se trataría, como otras veces con el miembro del jurado invitado, de una presentadora de algún programa de la casa. Al salir, Lucía me sacó de dudas. Se trataba de una mujer que había tenido un gran éxito internacional cuando tenía diez años. Era la niña que cantaba y bailaba «Antes muerta que sencilla», que repitió el éxito con otros discos, que ganó Eurovisión junior, que fue un suceso en Japón, que hizo cine, que presentó programas de televisión... Me contaba más tarde María Isabel que fueron unos años vividos a velocidad de vértigo, que llegó un momento que no sabía ni dónde estaba y que, junto a sus padres, tomó la decisión de parar el bólido en el que iba por la vida. Se retiró sin explicaciones, volvió a una vida acorde con su edad, retomó sus estudios y, ya con 20 años, tomó la muy meditada decisión de volver a lo que piensa que más le gusta en la vida, la música, y empezar desde cero, que el olvido en el trepidante mundo del espectáculo es rápido. Antes de sentarse en la mesa de los jurados cantó un tema de su nuevo disco. Guapa y elegante, demostró que tiene talla de artista y que será difícil que no vuelva a ocupar un puesto de primera fila en la música. En los comentarios hacia los concursantes y en las charlas durante más de cuatro horas de programa me pareció madura, inteligente y muy entusiasmada con lo recuperado. Éste es un buen ejemplo de taparse a tiempo antes de convertirte en un juguete roto. Recuerdo a Joselito, al que traté en pleno éxito. Fue un figurón en el cine y en los escenarios, sobre todo en América. Cuando llegaron los 16 años, la voz cambiaba y su físico no daba para poder hacer papeles de galán joven en el cine, además él quería papeles dramáticos, sin contar que a pesar de ser casi un niño, y sobre todo en los años 60, tenía una adicción enorme por el sexo. Después de varios fracasos, pasó al anonimato y todos sabemos que a partir de ahí su vida no fue el camino del éxito al que se acostumbró desde los siete años. Qué decir de Justin Bieber y Miley Cyrus, ejemplo de todo lo que no se debe hacer. El éxito no bien administrado es como el alcohol, que si caes en sus subidones nunca es bastante. Coco Chanel lo dejó claro: «Nunca es bastante el triunfo ni se es jamás demasiado rica ni demasiado delgada».
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