Joaquín Marco

El ébola en casa

Según parece, la evolución de Teresa Romero, auxiliar interina de enfermería del hospital madrileño Carlos III, es favorable y con buenas perspectivas. No se trata de una empleada de última hora. Lleva ya once años en el hospital y en los últimos días, ya infectada por el virus, pese a no ser consciente de ello ni mostrar ninguna señal acudió a unas oposiciones para consolidar su posición. Todas las informaciones aluden a su sentido de la responsabilidad y a su dedicación como demostró al presentarse voluntaria para cuidar a los misioneros españoles. El ébola llegó a casa con su repatriación y fueron tratados en el Hospital Carlos III. Se consideraba entonces que era muy poco probable el contagio. Sin embargo, el hospital no reunía las condiciones ni los medios necesarios, porque la Comunidad de Madrid había decidido desmantelarlo para dedicarlo a otros servicios. Pocos pensaban en el hecho de que cuanto sucedía en una lejana África podía convertirse en un peligro. Los trabajadores del centro habían protestado ya contra el desmantelamiento del centro de referencia. África parecía quedar lejos y sus más de cuatro mil fallecidos se entendían como fenómeno local. Pero, para lo bueno y para lo malo, la globalización es un hecho relevante de nuestro tiempo. Y en el ámbito sanitario nada es ajeno. La propia Teresa había atravesado ya un proceso de desinfección, hace años, con la entonces alarmante presencia del sida. El ébola es un virus que toma su nombre del río Ébola, afluente del Mongala, que desemboca en el río Congo. Fue identificado en una epidemia en Zaire hace ya treinta y ocho años. Su presencia se sitúa entre Liberia y Sierra Leona, aunque afecta también a Guinea, Nigeria y Senegal.

El primer caso de contagio en Europa ha sido el que se ha producido en Madrid, aunque ahora ya se conocen otros casos en los EE.UU. y algunos países europeos han recibido enfermos que no han superado la enfermedad. En Occidente nos hallamos muy lejos, pese a todo, de lo que podría entenderse como una epidemia, aunque la ONU opta por controlarla en la misma África. Teresa Romero fue un caso aislado y cuantos estuvieron en contacto con ella se encuentran bajo control y sin manifestar síntomas de contagio. Ello, sin embargo, ha de servir para demostrar que no estamos aislados ni indemnes a enfermedades que, de no controlarse, podrían producir entre nosotros algo más que un injustificado, en este caso, pánico colectivo. En la vivienda de Alcorcón, donde vivía Teresa, sus moradores vivieron días de angustia. Lo cierto es que las informaciones transmitidas no sirvieron para calmar a una población que observaba con terror las precauciones que tomaban los sanitarios que estaban en contacto con la enferma. Los militares que transportaron a los sacerdotes, con no menos parafernalia, no han presentado problema alguno de contagio. Ni siquiera el marido al que Teresa obligó a tomar precauciones al sentir sus primeros síntomas, aún en observación hospitalaria, ha mostrado hasta hoy signos de la enfermedad. Ambos han podido hablar ya por teléfono. Pero la conferencia de prensa que organizó la ministra Ana Mato, junto a una serie de colaboradores, no sirvió sino para incrementar los temores de una población que no disponía de información fidedigna. La creación de un gabinete de crisis y el paso al frente de la vicepresidenta del Gobierno han permitido mejorar un clima que ponía en jaque la credibilidad del Gobierno. Ofrecer más información por parte de especialistas, modificar el protocolo y acondicionar el Hospital obligan a suponer que no todo se había hecho bien. El uso de los tiempos no sirvió tampoco para aliviar una situación que se alimentaba, en ocasiones, de bulos y falsas noticias que abundan tanto en las redes. Pero las repercusiones internacionales sólo se han producido cuando el ébola ha golpeado lejos de su centro africano. Porque en África no faltan tan sólo medios económicos, sino médicos y sanitarios. No parecen suficientes las ONG y las órdenes religiosas. Las bases estadounidenses en nuestro país constituirán un puente para los soldados norteamericanos desplazados a la zona.

Las empresas farmacéuticas trabajan ya con la máxima intensidad para descubrir algún tipo de vacuna y el tratamiento viral adecuado. Los expertos europeos que en su día visitaron el centro hospitalario consideraron que «la actuación seguida por los profesionales del servicio de Medicina Interna y Unidad de Medicina Tropical del hospital Universitario La Paz-Carlos III es correcta y se ajusta a los protocolos establecidos», pero la opinión sobre el diseño del centro fue desfavorable. La polémica sobre la calidad de los trajes parece haberse zanjado también. Lo que ahora se teme es la escasez de los mismos, dada la alta demanda. Otra cosa son las repercusiones políticas de los hechos, debatidos en el Congreso por una solitaria ministra, Ana Mato, sobre cuya continuidad surgen dudas, pese a la conocida tendencia del presidente de Gobierno a no realizar cambios en el gabinete. Las declaraciones del consejero de la Comunidad Javier Rodríguez, un médico de prestigio de 71 años, fueron criticadas incluso por algunos dirigentes del PP. Acusó a Teresa de mentir, de ocultar datos y realizó la sorprendente declaración de que «no hay que hacer un máster para ponerse un traje». Al intentar desviar la atención político-mediática hacia la paciente provocó un rechazo que no puede solventarse con una simple carta de disculpa al marido de Teresa, que le había escrito pidiendo su dimisión. Javier Rodríguez había sustituido al dimisionario Fernández-Lasquetty, autor de un plan privatizador de los hospitales madrileños. Ignacio González, aunque crítico, no ha llegado a destituirle y el consejero tampoco ha presentado su dimisión. Aunque Ana Mato tenga razón al considerar que lo fundamental es la salud de Teresa Romero, a nadie escapa que el proceso presenta numerosas fisuras políticas que en nada benefician a un PP al borde de próximas citas electorales. Por el momento, el ébola está en casa, aunque nada permite suponer que vaya a quedarse.