Julián Redondo
El empate envenenado
Antes del partido de ida, Ancelotti maliciaba que para saltar de cuartos a semifinales de la Liga de Campeones sendos empates con el Atlético servirían como palanca. Ignoraba entonces que el árbitro de la vuelta sería el alemán Felix Brych, que ha dirigido cuatro encuentros a cada uno de los contendientes y ninguno ha perdido. Es como para abundar en la teoría del empate. Calculaba que cualquiera de sus extraordinarios futbolistas marcaría en el Calderón. Oblak les mojó la pólvora y ahora la conjetura es menos convincente, o conveniente, para el Madrid; aunque la solución del problema pasa por la victoria o por ganar en la prórroga si persiste el 0-0. Cualquier otro empate clasifica al Atlético, y ése es el peligro. El equipo de Simeone maniobra muy bien en su mitad de campo y de ahí hacia adelante juega a la tómbola con bastante suerte, enchufado al cálido romance que Griezmann mantiene con el gol. En la rifa, el Atleti combate la dificultad de jugar en territorio comanche con el goteo de bajas del Real, que si añade la de Benzema a las de Marcelo, Modric y Bale será una cascada. En estas condiciones, sin la explosividad del lateral brasileño, la velocidad supersónica del galés ni la manija del croata, pierde consistencia, capacidad y efectividad. No obstante, su fondo de armario debería bastarle para saltar a semifinales, si no fuera porque el obstáculo es el Atlético; un bocado que antes de aquella final de Copa se manducaba en un pispás y ahora se le atraganta.
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