Alfonso Ussía

El entierro

Somos decenas, por no escribir centenares, los millones de personas en el mundo que queremos a Astérix y Obélix. Hay que enterrarlos. Han muerto. Quedaron medio lelos cuando se fue de esta vida René Goscinny, su genial creador y guionista. Goscinny tuvo la suerte de encontrarse con un ilustrador fabuloso, Albert Uderzo, que nos regaló a todos las imágenes de los personajes galos, la aldea invencible y el estupor de los romanos. Pero Uderzo dibujaba lo que Goscinny escribía, y aunque lo intentó, no pudo suplir el talento literario del autor de los guiones. Las aventuras de Astérix y Obélix huérfanas de Goscinny, salvo en la estética, en poco se parecían a las primeras. Uderzo dibujaba igual de bien, pero Astérix y Obélix eran menos divertidos. Sin ánimo de herir. Tip y Coll formaron una pareja prodigiosa. Tip era prodigioso por sí mismo, y Coll necesitaba del talento inagotable y genial de Tip para seguir siéndolo. El Tip de Astérix era Goscinny, y sin él, la pareja de guerreros galos comenzó su decadencia.

Uderzo se ha apercibido de ello y ha querido exprimir el negocio. Ha abandonado los lápices y las tintas, y se ha puesto de acuerdo con una hija de Goscinny para vender los derechos de Astérix. El último álbum, «Astérix y los Pictos», es malísimo. Los textos son de Jean-Yves Ferri, los dibujos de Didier Conrad, y la coloración de las viñetas de Thierry Mébarki, Murielle Leroi, y Raphaël Delerue. Toda creación literaria o plástica se detiene con la muerte o la jubilación de su autor o autores, y resulta una estafa alargar su vida encomendando su supervivencia a terceros a cambio de un porcentaje en los derechos. «Astérix y los Pictos», que son los escoceses, es un engendro. Los dibujos no se resienten, porque la tecnología permite la culminación de la trampa. Pero los guionistas demuestran que sus habilidades están muy lejos del talento de Goscinny. Por mi lealtad de tantos años –los que tengo–, a Astérix y Obélix, he intentado sonreír en alguna viñeta, con algún diálogo, con una situación o un detalle aislado de gracia. Imposible. O mucho han cambiado mis guerreros favoritos, o más he cambiado yo. A los héroes inmortales no se les trata de esta manera, tan burda y vulgar. Los personajes que han llenado de alivio y sonrisas a tantos seres en el mundo y durante tantos años, no pueden estafar de modo tan perverso a quienes no han hecho otra cosa que amarlos. El Astérix capado de Uderzo mantenía el sabor de uno de sus autores. El actual es un auténtico pelmazo. Como si lo hubiera creado Juan Luis Cebrián entre ERE y ERE en colaboración con Alicia Sánchez-Camacho en sus peores momentos.

Mientras todo el poder político y económico del mundo se ha reunido en Sudáfrica para asistir al entierro de Nelson Mandela, voy a intentar proceder, en absoluta soledad, al entierro de mis dos pequeños héroes que tan fielmente me han hecho sonreír desde mi infancia. Ellos no son los del último álbum. Han muerto, y es necesario recordarles su defunción a quienes los han vendido por más de treinta monedas a una Roma que carece de interés. Haré de agente de la funeraria, de sacerdote, de deudo entristecido, de repartidor de flores y de sepulturero. Me daré el pésame a mí mismo, y posteriormente, como hacía Umbral en los inviernos de su «dacha», lanzaré al estanque más próximo a mi casa el cuaderno de «Astérix y los Pictos», la gran traición consumada a cambio de un oro que no sirve, porque a partir de ahora, no engañará a nadie. Descansen en paz Astérix y Obélix.