Ely del Valle

El Évole de los «verificadores»

No hay que ser un lince para darse cuenta de que lo que ha hecho ETA con el entremés de los «verificadores» y el raquítico decorado del arsenal de quita y pon es más que una tomadura de pelo: es la constatación de que los terroristas piensan que todos, Gobierno y ciudadanos en general, somos unos tontos de capirote a los que se les engaña con un Évole de andar por casa.

Que el portavoz de la denominada Comisión Internacional de Verificación, Ram Manikkalingam, manifieste con gesto de damisela ofendida que no entiende que el Gobierno no salga escopeteado a ponerle la alfombra roja a un grupo terrorista, que si ahora se lo monta de «vamos a hacer las paces» es porque no tiene más remedio, es un insulto a la inteligencia sólo comparable al del lendakari cuando afirma que ETA ha dado un paso adelante. La suerte que tienen Manikkalingam y compañía es que éste es un Estado de Derecho que se conforma con citarle en la Audiencia Nacional y no lo manda directamente a picar piedras por compadrear, previo pago por sus servicios, con delincuentes.

Es curioso cómo unos señores a los que los únicos en dar vela en este entierro son los muertos, aparecen en público investidos de una autoridad que nadie les ha otorgado y se permiten el lujo de señalarnos el camino como si realmente tuvieran competencias para ello. No hay nada como ponerse un traje planchado y un nombre rimbombante para creerse con derecho a marcar rutas, decidir rumbos y dictar lecciones que nadie les ha pedido. Por suerte, la pantomima no cuela. La respuesta del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha sido la única posible: un tururú educadísimo y la confirmación de que aunque la mona se vista de verificador, los asesinos sólo tienen como alternativa correr con la cuenta de los platos rotos. No hay más.