Alfonso Merlos

El fin del oasis

El fin del oasis
El fin del oasislarazon

Era un espejismo, una mentira. Nunca hubo oasis catalán, sino un estanque profundo lleno de aguas fecales. Un cenagal. Es precisamente la cuasi-imposible misión que la Justicia tiene por delante: drenarlo y contribuir a que sea posible rellenarlo de agua limpia. Y el caso de Oriol Pujol está marcando, por su letal carga política y simbólica, el principio del fin de la impunidad; o al menos de una era nueva en la que, tal y como ocurre en las democracias rectas, los ciudadanos deben rendir cuentas por sus actos independientemente de su su árbol genealógico. Hay que reconocer que lo del «Príncipe» es de aurora boreal. Pero también que todo hijo de vecino tiene derecho a defenderse haciendo el ridículo o abrazándose a la trola. ¿Quién pone en duda que la reorganización del mapa de las ITV era un asunto de interés general? ¿Quién que era ineludible en esa reestructuración la toma de decisiones políticas y administrativas a varios niveles? ¡Pero ésa no es la historia, amigo! Aquí lo que se ventila es si alguien se estaba poniendo las botas: él, su familia y sus amigos. ¡¿O estamos ante algo distinto?!

Cuando un listo se lo lleva calentito busca fríos argumentos para justificar el enriquecimiento. Pero por encima del juicio a la persona hay dos aditamentos que chirrían. Primero: esa imagen, «esbirro style», de los hombres fuertes de CDC escoltando a lo «Reservoir Dogs» al primo de Zumosol. Segundo: la apelación al «país» para dar carta de naturaleza a la cacidada y, veremos, si al delito. Esto prueba que Cataluña, a ojos de los nacionalistas, es diferente. Pero esto importa ahora tres pimientos. Lo determinante es que quede claro que la aplicación de la ley, en un Estado de derecho, es una y para todos.